Italia
Fútbol sala después de Gadafi
Pablo Prieto escapó de la guerra de Libia, donde entrenaba a la selección. Ahora ha vuelto. Hoy se celebran elecciones tras 42 años de dictadura
Si no rinden, a los jugadores hay que castigarlos». Ése era el consejo-orden que recibía el entrenador gallego Pablo Prieto de Sadi Abdesalam, el presidente del Comité Nacional de Futsal (fútbol sala) de Libia. Después de agotarlo con reuniones diarias que nunca terminaban y que no aportaban nada, o de liarle con viajes que luego se retrasaban o anulaban, después de meterle presión para que ganase por encima de cualquier cosa, Sadi Abdesalam, uno de los sobrinos de Gadafi, le daba ese consejo. Así era el estilo del anterior régimen libio.
Pablo Prieto es un entrenador español de fútbol sala que se marchó a Libia en diciembre de 2009, a la aventura y a ganar dinero. Libia parecía un país tranquilo y más para él, que vivía en una zona costera privada al lado de la playa, donde residían muchos europeos y con mucha seguridad, «dado que uno de los hijos de Gadafi tenia una gran mansión en esa zona».
«Tenía un chófer a mi disposición todo el día, pero estaba muy controlado en cuanto a horarios, a dónde iba a comer o qué hacia en los ratos libres. Era increíble». No fue fácil adaptarse, sobre todo durante los tres primeros meses. Hasta hacer una fotocopia era una odisea: había que traducirla, pedir permiso, esperar que llegase el visto bueno. Una fotocopia llevaba días, siempre y cuando se permitiera hacerla.
No ayudaba tampoco la responsabilidad de Pablo como entrenador de la selección Libia. El fútbol sala es un deporte muy popular, con el que el país ha conseguido cierto éxito. Al estar, además, dirigido por un familiar de Gadafi cobraba mucha más importancia. «Yo traigo a los españoles porque son los mejores y me los tenéis que demostrar», les repetía Sadi Abdesalam, con tono imperativo.
Más o menos, Pablo y su equipo consiguieron adaptarse a la situación, aprovechaban los viernes para hacer turismo y el resto de la semana trabajaban mañana y tarde, pero tras una concentración en Italia que se alargó 10 días más de lo previsto, volvieron a Trípoli un 17 de febrero de 2011. Mal día: se habían convocado manifestaciones. «En el hotel, en Italia, a través de la televisión e internet ya teníamos noticias que un grupo de jóvenes estaban organizando protestas para el día 17. También llegaban informaciones de que había habido muertos en algún enfrentamiento. Estaba con nosotros el presidente Sadi Abdesalam, y cuando volvimos a Trípoli, él se quedó en Italia junto con varios jugadores. Eso nos llamó la atención», cuenta Pablo: «Yo hablaba con mi traductor y le decía que las noticias empezaban a ser preocupantes, pero todo el mundo aseguraba que no pasaría nada. Pasó lo que pasó».
Vuelven, entrenan unos días, pero enseguida les dicen que compren comida y no salgan de casa. Los traductores les apremian para que se vayan a la embajada y en taxi, porque ya no tenían chófer. Se van para allá y con más o menos problemas consiguen salir del país a finales de febrero.
Escapan por los pelos, se libran del infierno. Un año después, en diciembre pasado, Pablo decide volver a entrenar a la selección libia. El país se está rehaciendo y el fútbol sala necesitaba un entrenador. Como si nada hubiera sucedido. Pablo Prieto, esta vez sin equipo de colaboradores, vuelve. Tras estar entrenando al equipo en concentraciones fuera del país, desde mayo trabaja ya en Libia, un país en recuperación que por fin, tras 42 años, celebra elecciones: «Se percibe que la gente es más feliz, que antes no podía abrir la boca para hablar de ningún tema relacionado con el Gobierno, y ahora la gente se expresa libremente. Si es verdad que, al vivir 42 años de dictadura, también observo que les cuesta entender la libertad de expresión generalizada para todos».
Seguridad y suciedad
Pablo vive ahora en un hotel rodeado de seguridad, tiene chófer y soporta con paciencia que el país avance con lentitud, con las calles sucias y destrozadas, con las secuelas de la guerra, con policías que dicen que lo son porque llevan armas, pero no están uniformados. Y con noticias de que en el sur sigue muriendo gente, aunque en Trípoli la sensación sea de seguridad. Pablo no tiene miedo, le apetece seguir la aventura, ayudar. Se ha librado del jefe, del sobrino de Gadafi y rinde cuentas a un tipo normal, que no pide castigos a los futbolistas.
También es verdad que cobra menos, pero el ambiente es más relajado. Libia es un país nuevo: la consecuencia de no triunfar, de no rendir, ya no es un castigo. Y eso es un alivio.
Al mundial desde cero
Pablo Prieto ha clasificado a Libia para el Mundial de fútbol sala de noviembre, pero en realidad lo que ha hecho es un milagro. Desde la nueva Federación le dijeron que no podía llamar a ninguno de los 15 futbolistas con los que contaba antes. Pero no por ser del anterior régimen, sino porque habían protestado por televisión por no recibir un dinero. Esa queja no fue aceptada por los nuevos gobernantes y les sancionaron. Pablo protestó, pero ha tenido que seleccionar a otros quince futbolistas, en un país sin Liga, viajando a los pueblos y eligiendo a los mejores de los que veía jugar por la calle.
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