ETA

Del perdón a la política por Martín Prieto

La Razón
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La máxima elegancia moral consiste en saber marcharse y la degradación del criterio en pedir perdón y continuar en la política tras la comisión de crímenes o desastres nacionales. El Presidente Herbert Hoover mantuvo entusiasta la enmienda 18 (Ley Seca) que derogó su sucesor Franklin Deleano Roosevelt. Tal como un reciente político español calificó el «crack» del viernes negro de 1929 de «leve recesión» y se retiró a asesorías áulicas. El ex etarra Soares Gamboa, del Comando Madrid, con un prontuario de 29 asesinatos, vive extramuros con identidad falsa por haber colaborado con la policía. El periodista Matías Antolín le retrata con coraje: está harto de la cuadrilla de analfabetos junto a los que derramó tanta sangre pero ni está arrepentido ni pide perdón a nadie ni se le ocurre entrar en política al final de la escapada. Su compañera, la nocturna peripatética Idoia López Riaño (salmantina), por mal nombre «La tigresa» solo despenó a 23 cristianos y no parece que tenga aspiraciones políticas aunque Mario Conde la retrata positivamente en sus memorias penitenciarias. «Equivocarse no es un crimen» dijo el primer ministro francés de Petain ante su Tribunal. Pero le fusilaron. El secuestrador Otegi no pide perdón y solo ofrece ligeras disculpas como si hubiera pisado a un perro. Lleva tiempo en el aquelarre político con el zapaterismo y pretende ser dómine del abertzalismo legalizado por el sueño de las togas. El único etarra arrepentido asesinó a un policía, aun en vida de Franco, y tras unos meses de remordimiento profesó en un convento francés del que no volvió a salir. Pasar del odio al perdón y a un escaño para desasnarnos sobre cómo son las cosas es impúdico aunque te hayan devuelto los derechos civiles. Hasta Sabino Arana se desdijo antes de morir de sus atrocidades sobre los españoles y su idílica visión de una raza vasca impoluta, textos bien guardados en las cajas fuertes de «Sabin-Etxea», sede del PNV. Confesión de los pecados, dolor de corazón, propósito de la enmienda, y un último requisito: desaparecer en la niebla y el olvido.