Sevilla

El genio de Morante

La Razón
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A veces, en el toreo, como en otras vertientes artísticas, surge alguien con ese don especial que lo diferencia del resto, con esa gracia única del que nace a la sombra de la Giralda y en la orilla del Guadalquivir. Decía el polifacético dramaturgo y amante de la fiesta Jean Cocteau que «el genio en el arte consiste en saber hasta donde podemos caminar demasiado lejos». Y es que Morante de la Puebla, José Antonio I de Sevilla, realizó este miércoles una de las creaciones más inspiradas y sorprendentes de la temporada. Recibió al toro de rodillas, lo paró con mecidas verónicas, lo llevó al caballo galleando, le puso tres soberbios pares de banderillas y lo eternizó en el tercio de muleta. Faena mágica. Como la de la silla de Nimes o la del pasado año en Madrid, donde firmó toda una antología al toreo de capa. Cómo sería el éxtasis, que dando el diestro sevillano la vuelta al ruedo con las dos orejas y el rabo, la gente le tocaba palmas por bulerías, y hasta un aficionado se atrevió a cantarle un hondo y sentido fandango. Pero todo esto no ocurrió en ninguna plaza del sur, sino en… ¡Cantalejo! Nada menos que en Segovia. Si Cantalejo era conocido por sus famosos trillos para arar el campo, a partir de ahora lo será también por la histórica faena de ese profeta de la tauromaquia llamado Morante. Profeta porque su toreo, como máxima expresión del alma, es pura revelación. Porque se vacía en cada lance, en cada embroque. Como dijo Fernando Arrabal, «Morante cuando torea se olvida su cuerpo en el burladero». Verlo torear es como contemplar un cuadro de Goya, como oír una sinfonía de Beethoven o asombrarse ante una escultura de Rodin. Su medida del temple, su profundidad, su valor sereno, su duende y su improvisación en la cara del toro hacen de él un torero mágico y genial. Un singular intérprete que se ha convertido en todo un referente y espejo para nuevos valores de la fiesta. Hoy, el «morantismo», tiene una cita importante: la corrida goyesca en El Puerto de Santa María.