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El misterio de El Bosco por César Vidal

El hallazgo de una cabeza humana dentro de un cuadro de El Bosco añade más misterio a una obra en la que todo son enigmas

El misterio de El Bosco por César Vidal
El misterio de El Bosco por César Vidallarazon

Sin ningún género de dudas, El Bosco es uno de los pintores más sugestivos de la Historia del Arte. Su obra cautivó, por ejemplo, a Felipe II, dato peculiar si tenemos en cuenta que El Bosco fue, con certeza, un gran heterodoxo que dejaba en sus pinturas inquietantes referencias ocultas. Recientemente, un equipo dirigido por el holandés Mattijs Ilsink ha dejado al descubierto un rostro, hasta ahora desconocido, que aparece en «Las meditaciones de San Juan Bautista», obra de El Bosco perteneciente a la colección del Museo Lázaro Galdiano.

El hallazgo ha vuelto a poner sobre la mesa el carácter abiertamente iniciático de las obras del genial pintor flamenco. Tomemos, por ejemplo, el caso de «El jardín de las delicias», conservado en el Museo del Prado. En la tabla izquierda de este tríptico extraordinario se cuestiona la versión cristiana del pecado original mostrando la maldad incluso antes de la caída de Adán y Eva. Vivimos, según El Bosco, en un universo donde el mal no es fruto del pecado sino parte consustancial de la naturaleza. La tercera tabla presenta incluso la consumación del mal en un castigo ultraterreno. Sin embargo, en la tabla intermedia, El Bosco no sólo retrata las delicias que pueden llevarnos, por su carácter, al desastre, sino la existencia de un modo de eludir tan terrible destino. Precisamente en la base, se percibe una vía de salida del mundo, apenas cubierta, que conduce a una nueva realidad. A su lado, por si cupiera duda alguna, aparece el rostro del propio El Bosco.

El rey enamorado del hereje

El artista ha descubierto cómo trascender la crueldad de este mundo y participa su hallazgo con un grupo pequeño. La misma idea podemos contemplarla en «La adoración de los magos». Una vez más, El Bosco ironiza con la versión oficial de la Iglesia.

Así, uno de los Reyes Magos lleva en la pierna la cápsula que cubría las llagas de los leprosos; San José seca sobresaltado los pañales de un niño Jesús que defeca como todos los recién nacidos y, al fondo, se pueden percibir dos ejércitos a punto de entregarse a una carnicería. Sólo, en un detalle lejano, percibimos a los únicos personajes que se escapan de este cosmos violento y absurdo. Se trata de un mago que lleva la chistera propia de su profesión y que tira de un jamelgo.

¿Qué llevó a El Bosco a profesar esas creencias heterodoxas desde el punto de vista del catolicismo de la época y de las que, sin embargo, dejó constancia en sus pinturas?
Quizá la respuesta se encuentre en su «Ascensión de los heridos al Paraíso celestial». En ella, contemplamos algo que han relatado, vez tras vez, las personas que han estado muertas y han regresado a la vida.

Se trata de la visión de un túnel a cuyo final se encuentra una luz blanca. ¿Pasó El Bosco por una experiencia de ese tipo? De ser así, ¿llegó a la conclusión de que existía un conocimiento espiritual que chocaba con el oficial y que permitía a sus poseedores escapar de las crueldades de este mundo? Es muy posible.

Por ello, que Felipe II coleccionara con fruición sus cuadros constituye una auténtica ironía. Al final resulta que el monarca que celebró como el día más feliz de su vida aquel en que fueron asesinados en Francia decenas de miles de protestantes era un enamorado de la obra de un hereje.