Jaén
Mezzogiorno andaluz
Del mismo modo que George Perec decía que para los medios los trenes sólo empiezan a existir cuando descarrilan, Andalucía sólo es detectada por el Estado cuando ahonda en su fatalidad de latrocinio y vagos subvencionados. O eso, o las palmas, el «ele», el «arsa pilili», la casada infiel de García Lorca y el universo de bombillas de colores de las ferias. Ese proyectado mundo feliz del ceceo y el seseo es obra de la ejecutoria del socialismo, que ha ayudado a restringir al andaluz en una vivencia de colmena: obreros, zánganos y reina madre. Al ciudadano de aquí se le requieren esencialmente dos funciones: la de consumo y la de voto. Y con ese voto, sabiendo que entre Despeñaperros y Gibraltar hay una reserva natural de votantes más grande que Portugal, el PSOE sostiene su arquitectura estatal. Por hablar del Cosmos, la trama Gürtell habría amasado 30 millones de euros; de lo que hablamos ahora es que la Junta de Andalucía tenía autorizado un fondo, al margen del control legal, de 674 millones de euros para facilitar la consecución de ERES. Hace años, en Jaén votaron los muertos; en estos días iremos sabiendo cuántos alcaldes socialistas cobran jubilaciones de empresas en la que, nunca, jamás, han prestado servicio alguno. Quizá este escándalo no percuta en el resto de España porque, según la concepción imperante de lo andaluz, es, como si a estas alturas, no soprende la industria napolitana de la falsificación. En nuestro «mezzogiorno» toda corrupción se da por descontada.
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