Brasil
Las tormentas solares amenazan la tierra
El astro rey se acerca a su máximo de actividad en 2012. La llegada masiva de partículas cargadas al planeta podría carbonizar redes de distribución eléctrica y destruir las comunicaciones vía satélite. La ciencia estudia soluciones para evitar que un evento de especial virulencia pueda colapsar la civilización
Sesenta años después del ataque nipón a la Armada norteamericana en Hawai, Donald Rumsfeld, el entonces secretario de Defensa americano, hacía público un informe en el que pronosticaba un nuevo Pearl Harbour espacial. Meses antes del 11-S (2001) Rumsfeld reconocía la vulnerabilidad de Estados Unidos, dependiente más que ningún otro país de las comunicaciones por satélite. Los peligros de ataques terroristas se materializaron por otras vías, pero las consecuencias de un fallo multitudinario con origen en el espacio y capaz de bloquear el mundo eran desde hacía tiempo algo que sobrepasaba los telescopios de los investigadores para ocupar un sitio en la mesa del despacho oval.
Existe una amenaza global y seria, que se repite cada 11 años, cuyo protagonista responde sólo a su propio ciclo natural: el sol. Uno de los informes más contundentes sobre el impacto de un evento extremo del clima espacial fue publicado en 2008 bajo la batuta de la Academia Nacional de Ciencias americana. Operaciones de transporte bloqueadas gracias a GPS inservibles, satélites inoperativos o extraviados por órbitas cuyo probable futuro sea explotar y convertirse en peligrosísima basura espacial, países enteros con las redes distribución eléctrica carbonizadas, aviones sin comunicaciones, perdidos –como poco– en altas latitudes o gaseoductos dañados son algunas de las escalofriantes escenas de un Armagedón bíblico que está alimentando las mentes de quienes creen a pies juntillas las predicciones aztecas.
Sin embargo, la cosa no está para tomársela a guasa. En 1859 tuvo lugar la hasta ahora mayor tormenta solar registrada, que produjo el conocido como evento Carrington; una caída de las líneas de telégrafos del mundo. Un invento, por cierto, recién estrenado. Suena lejano, pero hay que tener en cuenta, primero que la tierra no es un sistema aislado y que interactúa con el resto del universo y segundo, que el desarrollo tecnológico es infinitamente mayor. De hecho, en 2008, el informe ya advertía de que si durante el próximo pico de actividad solar previsto para 2012-2013 se produjera una tormenta de esas que las estadísticas ubican cada cien años, podría causar veinte veces más daños económicos que el huracán Katrina. En el mejor de los casos se podría observar en cualquier lugar del mundo la aurora boreal. Un cielo teñido de rojo parece mejor que el caos universal. Sin ir muy lejos, en 1989 la provincia de Quebec (Canadá) se quedó a oscuras durante nueve horas. Eventos como las tormentas de Halloween de 2003 (que provocaron apagones en Suecia y África) y miles de noticias pueblan las hemerotecas con fenómenos relacionados con los flujos de masa solar.
El letargo del sol
«El sol está despertando de un letargo profundo… Al mismo tiempo nuestra sociedad tecnológica ha desarrollado una vulnerabilidad a las tormentas que no tiene precedente», advertía Richard Fisher, jefe de la División de heliofísica de la NASA, durante el último Foro Empresarial sobre el Tiempo en el Espacio. Para mayor tranquilidad, la última nave espacial que observa constantemente los cambios en la superficie solar, la SDO (se lanzó el espacio en febrero de este año) observó en abril una de las erupciones solares más grandes en años. Afortunadamente, el planeta «miraba hacia otro lado».
La estrella responsable de que haya vida en la tierra no tiene nada de especial dentro del Universo; es igual a millones de otras estrellas. A pesar de su insignificancia en el espacio, su producción de energía es tal que «si se juntara toda a la vez en un segundo podría proveer a EE UU de suficiente energía durante nada menos que nueve millones de años», según datos del Centro de Predicción del Clima Espacial.
«Desde hace unos 50 años se conoce que entre el sol y la tierra hay un flujo de partículas subatómicas que configuran el viento solar», explica Manuel Vázquez, astrónomo del Instituto de Astrofísica de Canarias. Las partículas provenientes del plasma en movimiento que configura el sol abandonan su superficie para integrarse en el medio interplanetario. La tierra, al igual que otros planetas del sistema solar cuenta con un campo magnético que mantiene alejadas estas partículas cargadas. En función de la posición de dicho campo y de la velocidad y la cantidad a la que lleguen dichas partículas, éstas pueden atravesar la barrera protectora e incluso quedar atrapadas.
En la compleja estructura del sol se producen cambios, apreciables en las manchas solares, gracias a las diferencias de temperatura entre la superficie del astro y los campos magnéticos que pujan por salir a su superficie. El número crece y decrece en ciclos de once años y un gran número corresponde al máximo de actividad. Cuando estos grupos de manchas se encuentran cercanos pueden producirse expulsiones violentas de partículas (eyecciones de masa coronal o CME). Son las tormentas solares, millones de toneladas de partículas cuya velocidad de transporte es de cientos de kilómetros al segundo. «Puede ser importante en el Sol pero puede no encontrar a la Tierra en su trayectoria», detalla Vázquez. Si la tierra se encuentra en el sitio correcto la tormenta podría desmontar nuestra coraza protectora en lo que tarda en atravesar los 150 millones de kilómetros que nos separan, «uno o dos días», explica Jesús Peláez, Ingeniero Aeronáutico de la Universidad Politécnica de Madrid. Tiempo suficiente para prever dónde y cómo podría atacar la estela de masa.
misión: vigilar el astro
Tanto la NASA como el resto de agencias espaciales y países disponen de un ejército de naves y satélites que escudriñan las entrañas de nuestra estrella. Existen centros de predicción del clima espacial, pero los expertos coinciden en señalar que su fiabilidad es equivalente a los de la meteorología de la tierra en los años 60. La agencia espacial americana anunciaba hace apenas una semana un escudo –experimental añadía con precaución–. Un sistema de alarma y predicción 3D para proteger las redes de distribución eléctrica del país. Debido a la latitud, los EE UU son más propensos a sufrir cortes inesperados en los transformadores que países como España. Sus armas: las naves gemelas Stereo situadas a cada lado del sol (responsables de que se confirmara hace un años la existencia de Tsunamis solares, gracias a la visión de una ola que recorrió la superficie solar justo cuando la mancha 11012 hacía explosión); el SOHO de paternidad compartida con la ESA (Agencia Espacial Europea), y el ACE. Lanzado al espacio en 1997 y situado a 1,5 millones de kilómetros de la tierra podría dar la señal de alarma cuando el chorro pasara por su zona, una media hora antes de alcanzar el planeta, para que las distribuidoras de electricidad pudieran desconectar sus aparatos. Algo inquietante si tenemos en cuenta que se calcula que la tormenta de 1859 llegó a la tierra en menos de un cuarto de hora.
Un mes antes un grupo de investigadores de la Universidad de Bradford (Reino Unido) anunciaba un sistema 3D parecido, mientras que esta misma semana han salido publicados los primeros resultados de dos periodos de observación de media hora realizadas por el magtenógrafo de origen español IMaX en la revista «The Astrophysical Journal».
Infinidad de estudios se ocupan cen todo el mundo de lo que se avecina en los próximos años. «El GPS americano, el Glonass ruso o la futura constelación europea Galileo... los satélites son cada vez más y las consecuencias pueden ser cada vez peores», explica Giorgiana de Franceschi, responsable de uno de los últimos proyectos de colaboración entre Europa y Brasil. «Los cambios en la densidad de la ionosfera o capa más alta de la atmósfera (a unos 1.000 km de la tierra) pueden alterar el movimiento de los satélites de la órbita LEO (la más baja y la más barata); los satélites geoestacionarios (unos 30.000 km de altura) están más protegidos, aunque sus sistemas eléctricos pueden fallar. Hay dos formas de proteger los aparatos: la pasiva, generando un escudo de protección o poniendo los sistemas en stand by y una activa produciendo campos electromagnéticos que desvíen las partículas. Algo que se está estudiando», detalla Peláez. Y ¿qué pasa con los astronautas en misión espacial? No hay que olvidar que la radiación es aditiva.
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