Asturias
Un final cantado
Nunca se llevaron bien. El ímpetu y la diligencia de Cascos cual don Pelayo siempre estuvo en las antípodas de la mesura y la indeterminación de Rajoy, prototipo del gallego del que no se sabe si sube o baja la escalera. Cascos, el general secretario del PP, corta de raíz los problemas con impulsos coléricos, mientras Rajoy los macera, silenciosamente, con golpes de tiempo, sin compartir la preocupación siquiera con su equipo.
Pero sus diferencias crecieron a la sombra del «Prestige». Cascos era el ministro responsable de la catástrofe ecológica y sin embargo Rajoy recibió el encargo de Aznar de lidiar con aquella embestida. Cascos estaba de cacería cuando le comunicaron el desastre del vertido y no abandonó la escopeta, lo que sirvió a la oposición de banderín de enganche contra Aznar para denunciar a un Gobierno distraído y perezoso. Rajoy tuvo que trabajar de guardia aquella Navidad, para aparentar diligencia donde no la había habido. Y lo hizo gustoso porque, por añadidura, se trataba de Galicia. Aquella gestión, junto con la de las vacas locas, fueron determinantes para que Aznar se fijara en él como sucesor.
Por eso Rajoy respiró tranquilo cuando en 2004, tras la debacle electoral, Cascos anunció que dejaba la política. Aunque en realidad lo que quería decir es que la política le había abandonado a él... y los suyos. Llegaba la hora de la travesía del desierto de Rajoy, y Cascos no estaba para bromas. Sólo le quedaba la posibilidad de seguir enredando en el PP asturiano, una afición que nunca abandonó.
El problema surgió cuando Cascos vio la oportunidad de volver al poder, desde Asturias. Las encuestas le eran favorables al PP, no a él, y aquello ya era razón de más para intentar el asalto. Quienes aseguran que hubo un tiempo en que Rajoy compartió esa idea se equivocan. Rajoy sabía que Cascos habría sido un incómodo barón, con imagen de ordeno y mando, de derechona de caza y pesca y, para más inri, de la cuerda de Esperanza Aguirre. Estas han sido las verdaderas razones por las que Rajoy no le ha elegido. No quería crear a sabiendas reinos de taifas dentro del PP, ahora que el PP es un partido hecho a su medida, en el que ya no queda prácticamente nadie de su generación. De todos, Rajoy se ha ido deshaciendo, uno a uno. También de quienes hasta aquí le aconsejaron, como Pastor o Villar. Cascos no iba a ser menos...
La pelea entre ambos es, pues, como estaba prevista, entre un venado y un buey. A astado limpio por parte de Cascos, como siempre. Pero que no se confunda nadie. La división en la derecha asturiana siempre ha dado el poder a la izquierda. Y ahora sucedería lo mismo. Que Cascos no se deje engañar por cantos de sirena, porque él, con un partido propio, sin el PP, no podría ganar las elecciones. Y si opta a los comicios y vuelve a gobernar el PSOE, tendrá que estar cuatro años en la oposición, una tarea por la que no se ha peleado, y que ha demostrado que no le gusta hacer.
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