País Vasco
Los náufragos
Son un nutrido grupo de cincuentones sin oficio ni beneficio. Han tirado sus vidas por el retrete inventándose una guerra que nunca fue. Cuando tenían veinte años alardeaban de ser activistas corajudos. Ahora ya andan cascados y viejales. Un club de maduros fracasados que jamás consiguió nada y que admite, ante el espejo, su condición de perdedor. Los náufragos batasunos que han sabido sortear la cárcel organizaron el lunes un encuentro de antiguos alumnos para anunciar que Batasuna se refunda bajo los nuevos principios del movimiento que incluyen, ahora sí, el rechazo de la violencia de ETA. Me llamó un amigo desde el País Vasco para decirme: «Esto se acaba». Temí arruinar su diagnóstico esperanzado –«ojalá sea, yo aún no lo veo»,– pero también pensé que él respira un clima social que a mí, en realidad, me cae lejos. El clima existe y no parece inteligente menospreciarlo. Vistos los diarios de ayer, la opinión publicada se divide entre quienes, de buena fe, creen ver un acontecimiento histórico y quienes, también de buena fe, sólo ven más de lo mismo. En medio, un océano de matices que apenas encuentran eco. Quienes le pongan fanfarria al discurso antiviolencia de Rufino serán tachados de apaciguadores, buenistas y solemnemente bobos. Quienes nieguen valor al discurso oportunista de esta organización adicta a la cosmética serán acusados de desear que el terrorismo no se termine nunca. Me sorprende que la Prensa catalana no le encuentre hechuras suficientes al suceso como para abrir con él sus portadas. Si hace quince años nos hubieran dicho que Batasuna iba a rechazar la violencia de ETA, hubiéramos parado las rotativas, pero si nos hubieran dicho que algún periódico no le dedicaría su primera se nos habrían abierto las carnes periodísticas. Es lo que hay: Batasuna es víctima de su historia de conversiones falsas y de pasos irreversibles que luego fueron revertidos; si aspira a ser coherente con su nuevo discurso antiviolencia, debe pedir hoy mismo que ETA se disuelva. Incluso los medios donde escriben los columnistas más dispuestos a hablar de «hito» enfrían la trascendencia del evento en sus editoriales y recurren a verbos como «reinventarse» para describir la refundación de Batasuna. Es una forma de recordar que, en efecto, siguen siendo los mismos. He aquí la paradoja de lo que está ocurriendo: el paso dado tiene valor porque es Batasuna quien lo ha hecho; pero justo por ser Batasuna es por lo que el nuevo partido acabará ilegalizado. No dudo de que los estatutos de laboratorio que Iruín ha fecundado in vitro encajan milimétricamente en el marco de la Ley de Partidos, pero tampoco tengo duda de que la conversión formal en partido pacífico y democrático va muy por delante de la conversión real de quienes lo integran en personas pacíficas y democráticas. Importa el cambio ético de estos sujetos, el de sus principios morales, el de su forma de entender el debate político, la discrepancia y las mayorías. Y éste es el cambio que aún no se aprecia.
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