Novela

«Yo sólo quiero trabajar»

Suena una sierra radial en la puerta de la oficina del Inem. Han bloqueado las cerraduras durante la noche con el viejo truco de la silicona y saltan las chispas de los cerrajeros que ponen una nueva. La oficina ha abierto de todas formas. Armando Plaza, de 34 años, está allí con el cansancio de más de mil días maldiciendo su suerte

«Yo sólo quiero trabajar»
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Más conciencia de clase que él no tiene nadie. Habla de su «prototípica historia de fracaso» con la vista levantada y el espíritu de obrero por los suelos. Cree que la huelga no va a arreglar nada. «Por eso la gente no la sigue. Soy un parado de larga duración y no entiendo cómo me va a ayudar esto, si no es para dejar las cosas peor. Me hubiera gustado estar trabajando y lo habría hecho si pudiera», dice. Vive con su mujer en lo que describe como un «apartamento microscópico» de 38 metros cuadrados. «Un chamizo» que se puede permitir gracias a su madre, que es viuda y cobra una pensión, y de su suegra, «que ayudan con ‘‘tupper'' y ropa. No nos dan dinero. No tienen. Pero mi mujer les acompaña a la compra», cuenta.

Dos diplomaturas –una en Publicidad y Marketing y otra en Gestión Comercial y Marketing– un máster y una decena de cursos después, sigue sin trabajo. Viene de acompañar a su mujer que también está en paro, al médico. Ella es diplomada en Magisterio y bilingüe en inglés.

Trabajó de comercial de servicios en una gran empresa hasta que la operaron y fue despedida al regresar de la baja. «Llevaba seis años y le dieron sólo 3.000 euros. Los sindicatos no le ayudaron en nada», cuenta. Ahora, ella prepara unas oposiciones para las que el año pasado había 12.000 plazas y para la próxima convocatoria, 2.500. «Ni mi mujer ni yo somos unos analfabetos ni unos vagos», protesta. Viven del paro de ella y de la ayuda de 400 euros que él acaba de solicitar.

«Trabajé descargando camiones en Tres Cantos y volveré a hacerlo si me llaman, aunque vaya en contra de lo que me ha dicho el médico», dice y muestra una venda elástica que le sujeta la espalda. También hizo de mensajero con su propio coche, «un Opel Kadett de gasolina que tenía más de 20 años». «He sido chico para todo en informática por 800 euros. Pero ahora no encuentro trabajo de nada», cuenta. Diseña una página web para un vecino

. «Es un abogado que tiene un BMW. A cualquiera le cobraría 2.000 euros, pero él me pagará la mitad, y cuando la termine. Cuando llega a casa la carta con mi vida laboral, me deprimo. No sé qué pensión me va a quedar», se lamenta. Cree que la huelga mira por los que tienen trabajo pero se olvida de los que lo necesitan, de los que saben contar hasta cuatro millones, de los que llevan, como él, luchando todos los días. Con una obsesión: «Tengo que trabajar. Así no puedo seguir. Sólo quiero trabajar».