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Drogas heróicas por Agustín García Calvo

La Razón
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Se me había casi olvidado que allá en los años 70 había sacado en París un panfleto acerca de los modos de reintegración al Orden del estallido estudiantil de los 60, sin tener yo gran experiencia de hachises, lisérgicos y ninguna de heroína, pero sufriendo a mi alrededor (que no es igual, desde luego, que sufrirlo en uno mismo) desastres entre amigos y hasta muertes y, a veces, declaraciones como místicas del gozo de sus experiencias, cuando ve ahí que el otro día me ha tocado ver la película «Yo, Cristina F.», dirigida por Uli Edel en Berlín en 1981 (o sea hace 30 años), donde se refieren, con bastante fidelidad seguramente, los trances de ella, casi niña, entrando al uso de la droga, con un adolescente de quien se enamora y una panda de otros, y los consiguientes cuelgues, trapicheos dinerarios, intentos de dejarlo, recaídas, con una dedicatoria de la película al final a dos chicos de 17 y una de 14 muerto«por no haber tenido la fuerza» para salirse.

El tiempo vacío
A ver si ahora entiendo mejor la cosa. Es el aburrimiento de la vida ordenada, el tiempo vacío, lo que invita a las drogas, no ya para diversión, sino más: gracias al deshilvanamiento de las ataduras («los nervios») que la química consigue se vive más, de veras, se descubren sensaciones que bajo el régimen estaban agarrotadas; y luego, al volver a la normalidad, la hacen sentir más vacía y mísera. O sea, que el vacío lleva a la droga y la droga aumenta el vacío hasta el casi todo. Y en el trance de adicción o manque uno se desgarra en dos: uno, al sufrir en la vuelta al orden tal vacío, echa la culpa a la droga, y quiere y se promete que se va a «limpiar» mañana, mientras el otro no aguanta más la normalidad, y, como el orden mismo le ofrece (y vende) medios para volver a vivir de veras, se lanza a buscar esos medios y volver a la verdad. Así es la cruz. Y, si mis lectores se tranquilizan viendo que el imperio de la droga ha menguado y no alcanza los horrores de hace 30 años, bah, no se preocupen: el orden se las arregla para ofrecer otras maneras de administrar la muerte.