Málaga
«Paquirri» resucita en Ronda
Ronda (Málaga): Astados de Zalduendo, desrazados, salvo el noble 5º. Enrique Ponce, saludos y oreja tras aviso; Francisco Rivera «Paquirri», oreja y dos orejas; y Sebastián Castella, silencio y saludos. Lleno.
Décadas después de que Francisco Rivera «Paquirri» pisase por última vez el albero de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, el destino ha querido que el diestro gaditano haya vuelto a salir por la puerta grande en la persona de su hijo Rivera Ordóñez.
En la tradicional corrida goyesca, que este año celebra su 54 edición, rezumó en Ronda un cierto sabor añejo. Su coso destila torería e historia por todos los rincones. Escasas corridas –probablemente sólo la Beneficiencia y la Prensa en Madrid– tienen tanta repercusión como cuanto sucede en el bicentenario albero malagueño en su tradicional corrida goyesca. En una tarde en la que la aritmética también dejó otro dato: dos mil corridas de toros cumplió ayer Enrique Ponce. Sin duda, el mejor escenario para hacerlo. Al menos, el de más encanto y, posiblemente, el que más peregrinos recluta.
Entre el hormiguero de famosos y demás VIP que se congregaron ayer, un año más, en el coso rondeño pudimos ver a la Duquesa de Alba, el periodista y aficionado Carlos Herrera, Cari Lapique y Carmen Lomana. Da igual el cartel, da igual el aliciente. La reventa se embala con sólo nombrar una tarde y una fecha en la que cualquiera que se quiso preciar de ser figura del toreo tuvo que hacer el paseíllo –después de llegar a la plaza en carro de caballos– y triunfar.
Torero de dinastía
Ayer en ese mágico trayecto hasta La Maestranza de Ronda, en el que las cuadrillas cambian la moderna furgoneta por las clásicas calesas, Enrique Ponce y Sebastián Castella escoltaron a Francisco Rivera Ordóñez «Paquirri». Otro guiño más a los manuales del toreo. Por primera vez, se anunció con el nombre de su padre en una cita históricamente imprescindible para toda su familia, ya que su bisabuelo, Cayetano Ordóñez «El Niño de la Palma» fue el impulsor de este histórico evento, en conmemoración del segundo centenario del nacimiento del diestro Pedro Romero, en1956.
Consciente de ello, puso toda la carne en el asador desde el principio. Así, se mostró terco y obstinado con el segundo. Res de poca raza, como casi todo el encierro de Zalduendo salvo cuarto y quinto, a la que buscó las tuercas hasta arrancarle pases sueltos de mérito. Una estocada entera desprendida sirvió para cortar el primer apéndice. Pero, la apoteosis llegó en el quinto. El mejor toro de la tarde. Rivera Ordóñez lo toreó con gusto, templado, pero sobre todo con mucha inteligencia. Supo someter la rebrincada embestida del codicioso burel en series cortas para no quemarlo. Muy variado con la pañosa, lo mejor, la tizona. Estoconazo fulminante que terminó de encandilar al público que pidió, con éxito, las dos orejas.
Ponce también tocó pelo del cuarto. Un trofeo como premio a una labor larga y esforzada ante un toro que nunca terminó de transmitir, pero que se dejó lo justo para extraer lances de bella lámina. Ya en su primero, después de un respetuosísimo minuto de silencio por Nicolás Aguilera, torilero de Ronda durante 64 años –más mística– dejó una faena marca de la casa, perfecta en lo técnico, sobrado de recursos ante un astado justo de raza. Castella sólo pudo estirarse a la verónica ante un manso tercero, que se rajó a las primeras de cambio. Más opciones ofreció el sexto, pero marró con los aceros y todo quedó en una cariñosa ovación.
Tarde emotiva por los cuatro costados. El cielo de Ronda observó como la música del pasoble «Paquirri», hasta ayer inédito, esbozó sobre el lienzo del albero de Ronda, una escena digna de la serie de grabados del maestro de Fuendetodos.
Lorenzo Caprile, modista de Ponce
Al inicio del trasteo de muleta, unos doblones toreros hicieron que la «obra de arte» firmada por Lorenzo Caprile, rozase la arena del coso rondeño. Arte e Historia fundidos en uno. Sobre el mejor lienzo posible, el cuerpo de una figura como Enrique Ponce, y en la mejor tarde, la goyesca de Ronda.
De este modo, el modista madrileño hizo ayer gala de su amor al toreo a modo de rasos y algodones, en tabaco y grana, y adornos de inspiración goyesca, en dorados y azabaches. Una joya, hecha vestido de torear, cargada de buen gusto y detalles históricos. Tal como apuntó Ponce: «Lorenzo lo ha bordado».
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