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La Razón
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Sorprende que en un país como España, que vivió el caudillismo de Franco durante treinta y seis años, la gente aún no sepa lo que significa «fascista». De estudiante, yo tenía un profesor con un truco para enseñar teorías políticas: distinguía las que priorizan la idea del individuo de las que repudian al individuo para centrar sus intereses en «la masa». El individuo contra el Estado. Era fácil deducir así que el fascismo y el comunismo pertenecen al grupo de ideologías que se despreocupan del individuo. Tanto para el fascismo como para el comunismo, el «individualismo» es aborrecible, síntoma del egoísmo «burgués» (liberal). Comunismo y fascismo son antiliberales: someten a las masas al poder absoluto del Estado.

Por eso, cuando en España tachan de «fascistas» a los pocos liberales que quedan por aquí, dan ganas de llorar: ello es una muestra del desastre educativo nacional, y del analfabetismo funcional político (etcétera) que nos azota. Los grandes movimientos políticos de masas –comunismo y fascismo– supieron captar la esencia del siglo XX y ambos han tenido en su momento (el fascismo) o tienen todavía (el comunismo) unos increíbles (e infundados) aires de modernidad y regeneración a ojos de la muchedumbre. En España se creó el derecho de sindicación en 1922, bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera, reflejo de la importancia que tenía el movimiento obrero. Su hijo José Antonio, fundador de Falange –un remedo de fascismo a la española– fue un entusiasta defensor de las causas obreras y campesinas, a lo Mussolini (otro líder obrerista). Franco no era un fascista, (según el maestro Javier Tusell, poco sospechoso de derechista).

Entre otras cosas, no podía ser un buen fascista anticlerical quien dormía con el Brazo Incorrupto de Santa Teresa bajo la almohada. Aún así, en España se siguen confundiendo las expresiones «fascista» y «franquista».

En Holanda, ha ganado las elecciones un partido liberal que gobernará en coalición con los demócrata-cristianos y Geert Wilders. Wilders, liberal conocido por sus posturas anti-Islam-radical, es tachado errónea e injustamente en España, una y otra vez, de «fascista, ultraderechista y neonazi» cuando es tan fascista como Pim Fortuyn –liberal, católico y homosexual militante–, que fue asesinado en 2002 por «un joven progresista» pocos días antes de que, previsiblemente, arrasara en las urnas. O como el mordaz e irreligioso Theo Van Gogh, que en 2004, tras su documental sobre el Islam «Sumisión», fue apuñalado, tiroteado y degollado por un joven musulmán. Por «fascista»…