Andalucía

La lanza de Puchú por Alfonso Ussía

La Razón
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Uno de los momentos más bellos –además de caro, como ahora se comprueba– de la reciente Historia de Cataluña y el resto de España, fue el de la entrega solemne del jefe Puchú de una lanza a Carod-Rovira en plena selva del Amazonas. No recuerdo bien la identidad de la etnia, y dudo una barbaridad que el jefe se llamara Puchú, pero me aburre acudir a consultar lo meramente anecdótico. Sitúo mi recuerdo en la grandeza de la imagen. Puchú entrega a Carod , como representante del pueblo de Cataluña, una hermosa y punzante lanza por él mismo modelada y Carod recibe el obsequio con las lágrimas a punto de cauce. Un momento emocionante, sin duda alguna. Carod-Rovira lleva un jersey negro, y ello ha admirado aún más a Puchú, por ser el primer jersey negro que ha visto en su vida. Nadie lleva al Amazonas jerseys negros. No repelen el calor. Un jersey negro en el trópico equivale a resfrescarse con cinco croquetas recién hechas. Sucedió que Puchú ignoraba que el negro es el color de los «progres» españoles. Recuerden el inmortal anuncio de la SER con todas sus figuras vestidas de negro-prisa, uniformadas de solidaridad tarjeta platino. Esos detalles no le fueron explicados a Puchú, que trabajó durante un mes para labrar de dulce la lanza, confiado en que sería entregada al «pueblo de Cataluña», y al cabo de un año seguía en un rincón de la casa de Carod-Rovira, que se apropió de ella de acuerdo a su más profunda convicción. Que el pueblo de Cataluña era él. Aquella lanza le costó a los contribuyentes catalanes –y a los del resto de España–, algunas decenas de miles de euros, porque Carod-Rovira no se movía sólo ni atravesaba el Atlántico en piragua, sino en un comodísimo sillón de Clase Preferente y acompañado de un buen número de asesores en lanzas. Fue, sin duda, el pájaro migratorio más esforzado de la Generalidad del Tripartito, y abrió más embajaditas por el mundo, con pompa y boato, que el famoso duque de Osuna. La diferencia es que don Mariano Téllez-Girón, por mantener el prestigio de España ante la Corte del Zar, dilapidó su fortuna, la más grande del Reino, y Carod-Rovira lo que dilapidaba era el dinero de los contribuyentes. Sus «embajaditas», que no sirven absolutamente para nada, o sus «consuladitos», le cuestan a los catalanes 460 millones de euros cada año, sin contar la sangría que producen sus 38 centros de promoción económica, y sus institutos «Ramón Llull», destinados a la difusión del catalán en el extranjero, con escaso éxito hasta la fecha, en su objetivo de difundir la bellísima, culta y muy poco utilizada –en el mundo, me refiero–, lengua catalana. La Televisión Autonómica de Cataluña, TV3, ha llegado a tener hasta ocho canales diferentes emitiendo a la vez. Lo del cine en catalán ha supuesto, además de un chasco, un negocio ruinoso. El dinero público se ha utilizado, en un alto porcentaje, para subvencionar las quimeras nacionalistas y los magnos proyectos de aldea. Y Cataluña se ha dejado llevar por el silencio de los catalanes hacia la proximidad de lo inconcebible. El nacionalismo catalán , como el vasco, ha discriminado a sus gentes de acuerdo a sus posiciones ideológicas y su identificación con el soberanismo, y el resultado de ello es particularmente humillante para quienes no han sabido administrar las que fueron, las más ricas, prósperas y desarrolladas provincias de España.

España, y el Estado, están para eso. Para ayudar a los suyos aunque sea España la más necesitada de ayuda. Una nación no se sostiene con diecisiete nacionzuelas y diecisiete reyezuelos. Pero España, y el Estado, tienen la obligación de exigir que se supriman todos los chocolates del loro, todo el derroche localista y los dispendios falsamente identitarios. En Cataluña, el País Vasco, Murcia, Andalucía y donde sea. Ayudar para que Puchú regale otra lanza al pueblo de Cataluña por decenas de miles de euros, mandaría huevos.