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La crisis oculta a las sectas por Francisco Pérez Abellán
La Iglesia católica tiene unos sacerdotes que se ocupan de estudiar las sectas satánicas. En estos tiempos esos investigadores tienen mucho trabajo, pero apenas se sabe nada de ellos. La última vez que uno de estos sacerdotes-detective saltó a la palestra fue cuando lo apuñaló un miembro de uno de los grupos que estaba estudiando en el Levante español. Ahora, con la crisis, han empezado a robar toda clase de cosas peregrinas: tapas de alcantarilla, aspersores de riego, carritos de supermercado, señales de tráfico que van a la chatarra… Y entre todas esas actividades, se han apreciado robos en cementerios: lápidas, cruces, placas, jarrones, marcos de fotos…
Los destrozos en los cementerios, entre otros en La Almudena y Carabanchel (Madrid), pueden deberse a causas económicas, pero también a las sectas satánicas, cuya actividad no ha cesado, pero hoy se escapan a la vigilancia que antes se ejercía. Puede decirse que el diablo ha conseguido su máxima aspiración: pasar desapercibido, como si no existiera. Hoy se descubre un baile macabro de cadáveres desenterrados en una esquina de un cementerio y se atribuye a un saqueo de los ladrones de tumbas. Ese mismo hecho, hace sólo veinte años, habría sido tachado sin duda de actividad demoníaca, protagonizada por servidores del diablo o adoradores del satanismo. El caso es que las sectas se hicieron invisibles cuando eran alrededor de cincuenta; ahora probablemente doblan esa cantidad, dado que en estado salvaje se reproducen mejor. La última vez que las organizaciones de tipo destructivo estuvieron en la picota en España fue con la diputada Pilar Salarrullana, nacida en Zaragoza, gran mujer, a la que devolvieron de sobra su atrevimiento amargándole la vida con toda clase de campañas en contra de su persona, denuncias y querellas. Es autora de «La cara oculta de los esclavos de Lucifer». Pilar, profesora, escritora, senadora y diputada, ninguno de sus cargos pudo ponerla a salvo de la persecución de la que fue objeto.
Desde el silencio de doña Pilar, que acabó retirándose de la batalla, no ha habido paladín anti- secta en nuestro país y estos grupos, satánicos o no, lavan el cerebro, tiranizan a sus miembros y celebran ceremonias que van desde las orgías a las misas negras.
Para nuestra desgracia, la diputada valiente no ganó su lucha a muerte con las sectas destructivas y el tema fue quedando relegado al olvido. No por eso ha cesado el expolio. Los cementerios han seguido pirateados, asaltados, violados, profanados y robados, para vender cuanto de valor se encuentre en algunos casos. Pero ¿qué pueden querer los esclavos de Lucifer de nosotros, ahora que sabemos que los que niegan la existencia de las sectas son prácticamente los mismos que negaban la crisis económica?
Desde luego robar en un cementerio es mucho más triste que hacerlo en el supermercado, con cosas de mucho menos valor, porque en los camposantos españoles no hay tumbas de faraones, y los ricos enterrados, lo son sin sus riquezas.
Por eso está claro que los que entran en un cementerio de noche y rompen propiedades, profanan el reposo de los muertos y bailan la danza macabra con los restos, más que dinero, cultivan ceremonias animistas que buscan el secreto del mal. Algo más poderoso que el dinero, y en su delirio, más dañino.
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