Cádiz
Tras los pasos de los conquistadores por el Magdalena
La Ruta Quetzal BBVA navegó por la principal arteria fluvial de Colombia, donde recibió la hospitalidad sin fin de Ambalema y Beltrán
Tras una semana en el valle del Cauca, la Ruta Quetzal BBVA 2012 cruzó la cordillera central andina para viajar al valle del río Magdalena, la principal arteria fluvial del país. Poco o nada ha cambiado el paisaje de esta zona en los últimos cinco siglos, desde que los conquistadores españoles remontasen con sus naves el río para adentrarse en el interior del abrupto país que es Colombia. Como si de súbditos del imperio español se tratase, la expedición navegó por el Magdalena, bautizado así en 1501 por Rodrigo de Bastidas, desde el encantador pueblo de Ambalema hasta Beltrán, en la otra orilla del río. Enclavados en el departamento de Tolima, la jornada se convirtió en una bajada a la tierra para los ruteros, que aprendieron que, como en el dicho, no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. El recibimiento que estas dos pequeñas poblaciones regalaron a la Ruta y a los chavales no lo olvidarán jamás.
Hermanada con la ciudad española de Cádiz, Ambalema es una joya colonial que ha vivido tiempos mejores. Tras el auge la industria tabacalera en el siglo XIX, ahora trata de atraer al incipiente turismo que ha nacido en Colombia en los últimos años gracias a la relajación del conflicto armado con la narcoguerrilla de las FARC.Sus calles son fiel reflejo de lo que fue: una estampa de postal acuciada ahora por el paso del tiempo y la falta de conservación. No obstante, la Ruta Quetzal BBVA quedó encantada con este pueblo que creció al amparo del caudaloso y bravo Magdalena, y cuyas gentes nos obsequiaron sus mejores sonrisas, su hospitalidad sin fin y su generosidad, a pesar de la evidente falta de recursos que padecen.
A bordo de barcazas motorizadas, los ruteros cruzaron las aguas del Magdalena hasta el vecino pueblo de Beltrán, que, si bien más modesto en su arquitectura, recibió a la expedición con los brazos abiertos. Allí comimos por cortesía de sus vecinos que, al igual que sucedió horas antes en Ambalema, no dejaron pasar la oportunidad de fotografiarse con tan esperados visitantes, e incluso llegaron a pedir autógrafos y recordatorios en papel como si fuésemos celebridades.Tras una sobremesa cargada de diversión y bailes latinos, la Ruta asistió a una exhibición de chalanería, el arte de la monta a caballos de paso colombianos.
La tragedia del Nevado del Ruiz
Sin embargo, no todo es alegría en la región de Tolima. A pesar de que la Ruta Quetzal BBVA había iniciado su andadura por este departamento del centro del país el día anterior con la visita a la llamada capital musical de Colombia, Ibagué, la zona ha sido también testigo de uno de los peores desastres naturales de la historia del continente americano: la tragedia del Nevado del Ruiz. Una catástrofe que hace ya casi 27 años -el 13 de noviembre de 1985- conmocionó al mundo con las estremecedoras imágenes de Omayra Sánchez, una niña de 13 años atrapada de cuello para abajo bajo el fango y el agua que cubrían los restos de su propia casa -allí fallecieron también su hermano, su padre y su tía-, arrasada por los efectos de la erupción de un volcán próximo. Moriría tres días más tarde, ante la imposibilidad de rescatarla. Pero aunque Omayra fue el icono mundial de este desastre, otras 23.000 personas se dejaron la vida en la ciudad de Armero, borrada del mapa para siempre y que en ese momento contaba con 29.000 habitantes.
Por este motivo, la Ruta Quetzal BBVA quisó pasar por Armero para homenajear a las miles de víctimas que allí perecieron y conocer la historia. La erupción del Nevado del Ruiz, un volcán de 5.321 metros situado a unos 50 kilómetros de distancia, fundió parte del glaciar de su cumbre, originando una avalancha mortal de agua, lodo, tierra y rocas que descendió a toda velocidad por las laderas de la montaña en dirección a Armero. Sus desprevenidos habitantes quedaron sepultados por más de 6 metros de fango y escombros; la ciudad nunca volvió a reconstruirse. Hoy, el Parque de la Vida y una cruz recuerdan a los que perecieron en lo que un día fue una próspera localidad, donde ahora sólo queda la cúpula de la iglesia -fue hallada en noviembre de 2010 a tres kilómetros del lugar del suceso- y la vegetación creciendo por las que eran las calles del pueblo. "Fue horrible. Perdí a mi papá, a mi mamá y a mis tías", relata emocionada Cali Rodríguez, de 59 años,que quiso compartir con la expedición sus vivencias de aquella tragedia.
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