Londres
Polémica calada de Kaurismäki
Aki Kaurismäki se presentó en la rueda de prensa con un cigarrillo mentolado colgando de los labios, aunque pronto encendió uno auténtico ante la estupefacción del moderador, que le obligó a apagarlo.
Mientras buscaba un cenicero inexistente, farfulló, casi enfadado: «Hace años se podía fumar aquí… Por desgracia los tiempos han cambiado». Esta anécdota define dos aspectos clave para entender la belleza de «Le Havre», su última gran película: el ejercicio de la libertad debería engrandecer la libertad de los otros, y la vida sólo puede entenderse desde la nostalgia. «Yo ya era nostálgico a los 4 años», confesó. Pero la suya no es una nostalgia quejica: sólo un marco más confortable para que el mundo sea más solidario. Entre la calidez de «Milagro en Milán» y la delicadeza de «Luces de la ciudad», «Le Havre» retoma al protagonista de «La vie de Bohème» y lo transforma en la familia de acogida de un niño, inmigrante ilegal de camino a Londres. Del lado de los desfavorecidos, Kaurismäki es un cineasta alérgico al didactismo: «La inmigración es un problema demasiado grande para encontrarle una respuesta, todo es culpa de la colonización y es tarde para arreglarlo. Los políticos están demasiado preocupados por salir con sus Mercedes». El director finés ha hecho una película luminosa sobre tiempos de lo más oscuros, clausurada con el milagro más sintético y hermoso del cine reciente. «Cuanto más cínico y escéptico me vuelvo, más suaves son mis películas», decía ayer. Y aplaudimos la paradoja.
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