Presentación

Almas con cremallera

La Razón
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En mis conversaciones con las mujeres doy por sentado que tienen toda la razón cuando dicen que los hombres perdemos fácilmente la cabeza por culpa de no ser capaces de resistir la tentación del sexo. Sería absurdo que negase algo tan obvio. Tampoco hay nada que objetar a su idea de que ellas son más sensatas en sus relaciones sentimentales y raras veces pierden el control. Dicho lo cual debo reconocer también que cada vez que un hombre pierde la cabeza por una mujer, no lo hace temiendo una hecatombe emocional, sino desconfiado precisamente de que ella lo atrape emocionalmente. Yo he perdido muchas veces la cabeza con las mujeres pero la verdad es que no sólo no me arrepiento, sino que siempre no he tardado en reincidir. De hecho, cada vez que he recuperado la cabeza, lo hice con el alivio de saber que disponer nuevamente de ella es imprescindible si quería sentir de nuevo el inmenso placer que me supondría la suerte de perderla. Ocurre entre los hombres con esta clase de emoción lo mismo que con la impagable sensación que supone almorzar a sabiendas de que después del sensorial placer del paladeo vendrá sin remedio el excitante placer de la defecación. Puede que para ellas eso representa una actitud insensata, pero como le dije recientemente a una querida amiga, las mujeres tienen de la sensatez sexual una idea demasiado solemne. Aunque sé que no es ése su caso, también le dije que muchas mujeres consideran un acto de innecesaria e indecente lujuria la simple veleidad estival de chupar un helado en público. Ven símiles y alegorías por todas partes. Yo sé que son sensatas conforme a lo que ellas llaman sensatez, pero me pregunto si eso incluye también la idea que ellas tienen acerca de la sinceridad. Es difícil saber lo que piensan realmente las mujeres. Yo lo he intentado muchas veces y no estoy seguro de haber progresado en mis averiguaciones. Antes me preocupaba, pero ya he renunciado a conocer al dedillo el interior emocional de las mujeres. Llegado este punto, me viene bien echar mano de lo que me dijo de madrugada hace algún tiempo una fulana en un garito: «Yo sé que pones mucho interés en averiguar mis sentimientos y en intuir cuales puedan ser mis reacciones. Te lo agradezco, cielo, pero no te esfuerces. Mi alma tardarías mucho tiempo en abrirla, de modo que esta noche me conformaré con que seas capaz de desabrocharme la cremallera del vestido».