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Fútbol patria querida

La Razón
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Desde que Iker Casillas le disparara a Carbonero el «morreo» a bocajarro que la sorprendió entre líneas, no hay madre en este país que no vea en el jugador al muchacho que querría tener como yerno ni novia que no suspire por el imposible deseo de sustituir un momentito a la reportera. Los dos son guapos, jóvenes y afortunados, y han demostrado al mundo que el amor no sólo no es malo para el deporte, sino que hasta puede que le beneficien los besos. Pero el problema es no saber bien qué cantidad de besos, de carantoñas y de arrumacos puede soportar un futbolista antes de resultar empalagoso y cuánto tardaremos en convertir en cansina una historia épica que antes resultaba tan romántica y extraordinaria. Lo de Iker y Sara–que si se quieren y continúan de novios ya tienen nombre para un dúo si se dedican al cante– está bien porque fue como lo de aquel beso de Clark Gable y Vivien Leigh en «Lo que el viento se llevó», pero en el caso de los demás futbolistas me empieza a resultar excesivo el dispendio garboso de honores y de «morreos». Son futbolistas y están bien pagados (y a pesar de lo dicho, poco, por la enorme alegría que nos han dado a todos) pero muchos no cogieron el avión de Sudáfrica a Suecia a recoger el Nobel o a Estados Unidos a recoger el Pulitzer porque ésos son premios que votan las Academias o da la universidad. En el caso andaluz, sin ir más lejos, a Sergio Ramos lo nombrarán Hijo Predilecto de Camas, a Carlos Marchena le han dado un homenaje en Las Cabezas y a Jesús Navas le han puesto un pabellón en Los Palacios y le concederán el Escudo de Oro de la ciudad. Todos esos premios, los otorgan los alcaldes de sus pueblos por haber ganado el Mundial pero también porque a ellos les gusta sacar lengua y aprovechar cualquier reja con una muchacha y con flor. Son tan zalameros, que en el caso de Navas, ya ha sido consecutivamente hombre del año, da nombre al susodicho pabellón y ahora tendrá la medalla, lo que da cuenta de la escasez de banquillo que hay en Los Palacios y de a qué profesiones podemos aspirar los andaluces. Y para ser justos, yo propongo distinguir al cuarto andaluz que también estuvo en el Mundial para que, al menos, su nombre luzca en cualquier Universidad: a Manuel Sánchez Saavedra «Pinichi», cortador de jamón y repostero de Alcalá.