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Terremoto en el Madrid

La Razón
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Cuando Florentino Pérez desterró del Madrid a Sanz, a Onieva y a Ochaíta, impuso un riguroso código de valores difícil de asumir para la gente del fútbol. Valdano no pudo más y reventó en el Sánchez Pizjuán, cuando bajó a ver al maestro Iturralde al vestuario en el intermedio del partido. Entonces, hablar de los árbitros estaba prohibido, como torear a los futbolistas, aunque Raúl arrancara olés de admiración en un tentadero de Enrique Ponce. Con el despegue del Barcelona, que parece que nunca bajará del planeta donde juega, y el fichaje de José Mourinho el decálogo ha muerto. Es de suponer que cuando el Madrid se fue a Milán a por el portugués sabía lo que compraba. Además de un buen técnico, un tipo que piensa que todos los días hay Rocío. Desde lo alto de su carretón, lugar privilegiado de la aldea global, cada una de sus intervenciones es un desafío. No se calla ni debajo del agua y sólo le falta cantar y bailar. Entre los recaditos al Barça intercala puyas para entrenadores, operadores de televisión, periodistas y dirigentes del fútbol, españoles o europeos, cualquiera que influya negativamente en la persecución azulgrana. La televisión y el calendario fueron sus enemigos en el Chelsea y en el Inter, sacudía al Manchester United, al Arsenal y a la Juve al menor síntoma de competencia. La reiteración de sus reclamaciones hubiese servido a Émile Boirac para mejorar, si fuera posible, sus estudios sobre el «Dèjá vu» (ya visto). En Japón, donde se producen al año un millar de movimientos sísmicos, la naturaleza ha arraigado la cultura del terremoto. En el Madrid, Mourinho ha entrado como un «tsunami» y con la bendición de su presidente, «palabra de Mou», «te alabamos señor», va a cambiar la historia del Madrid. Que sea para bien.