Murcia

San Borondón

La Razón
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No hay canario que no ame apasionadamente a la isla de San Borondón, ese espejismo que se crea en la mirada con los contraluces del horizonte. Es una isla que navega y desaparece, que surge y se clava en los ojos de los que, con todo el derecho que otorga la tradición, la sueñan. A quienes no creen en su existencia, San Borondón les niega la visión de su silueta, más de galeón que de falúa. Isla canaria habitada por el vacío. Efecto óptico de la mar, creado, es un decir, por las sombras en los atardecielos del Nublo y el Teide, canarión y chicharrero respectivamente, y el segundo, la cumbre de España, formidable cono de roca y lava que dibuja el perfil prodigioso de la isla de Tenerife.

San Borondón nos pertenece, por lo tanto, a todos los españoles, insulares y peninsulares. Y hoy me sorprendo leyendo que entre Zapatero y Paulino Rivero nos la quieren arrebatar a los que no somos nativos de las islas. Las aguas españolas interinsulares han pasado a llamarse «aguas canarias» a cambio del apoyo a los presupuestos. No entiendo el alcance del acuerdo. Siempre han sido aguas canarias. Y siempre aguas españolas. ¿Cómo pueden llamarse o ser de otra manera? Tengo para mí que algunos gobernantes son capaces de culminar cualquier estupidez para mantenerse en la cima de sus gobiernos. ¿Qué ganan los canarios con la nueva denominación? Nada. ¿Qué perdemos todos los españoles, canarios incluidos? Nada. ¿Qué ganamos? Nada. Con todos los respetos que me merece el señor Rivero, su obsesión se me antoja una tontería.

Si se trata de una simple concesión administrativa, o de una transferencia inesperada, pueden existir problemas de soberanía. Se cede la responsabilidad y custodia de las aguas interiores a cambio del sostén presupuestario. Dejan de ser españolas para reducir su propiedad al ámbito canario. Por ello, el control y vigilancia de las «aguas canarias» se traspasa de la Armada Española y la Guardia Civil a la presumible Marina de Guerra canaria y a las fuerzas de seguridad autonómicas. Para ello, don Paulino Rivero tiene que proponer a los diferentes cabildos insulares la inmediata construcción de los buques que habrán de conformar la futura Armada Canaria. Porque si dejan de ser aguas españolas, ¿qué pinta ahí la Marina? Y si dejan de ser aguas españolas ¿qué hace la Guardia Civil impidiendo la llegada de las pateras que provienen de Mauritania, el Sáhara o Marruecos?

El apoyo a los presupuestos para que Zapatero se mantenga en el desgobierno de España deja secuelas de incultura y majadería nominativas. Se obliga a dar una patada a un idioma que hablan y escriben cuatrocientos millones de personas con la nueva denominación de Gipuzkoa (Guipúzcoa) y Bizkaia (Vizcaya), como si ello fuera posible. Y se desespañoliza la mar canaria por un mero capricho aldeano de guanche iluminado. Menos mal que el presidente de Murcia es del Partido Popular. De ser nacionalista murciano nos obligaría Zapatero a hablar en panocho, y las aguas de Cartagena, con la base incluida, pasarían a ser propiedad soberana de los naturales de Murcia. Menudo lío de aguas territoriales. En fin, que nos han quitado a los españoles peninsulares las aguas de Canarias y el espejismo mágico de la isla de San Borondón. Y lo último, no lo tolero. También es mía.