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La Razón
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Recientemente hemos vivido un episodio de seguridad alimentaria –contaminación de piensos por dioxinas– que, tras un largo período de ausencia de sobresaltos, ha desatado las alarmas en toda la Unión Europea. Desde fases muy tempranas de este incidente supimos que no nos afectaba, quedando casi en su práctica totalidad circunscrito a un Estado miembro de la UE. Ha servido para constatar que todos nuestros mecanismos de prevención funcionan: La alerta temprana, la trazabilidad… e incluso la comunicación oportuna y serena por parte de nuestras Autoridades competentes en Seguridad Alimentaria. Sin embargo, siendo la comunicación cosa de muchos y dirigida a todos, es preciso reconocer que algunos aspectos aún requieren serias mejoras de fondo. Porque la cuestión radicaba en contar a los lectores lo que estaba pasando en España y lo que ocurría fuera de nuestras fronteras, sin confundirlos. Y viendo los «reportajes de investigación» publicados en algunos medios de difusión nacional, concluimos que ese objetivo no se alcanzó: Noticias en clave de alarma/angustia, como si el problema estuviese aquí y, por supuesto, «implicando»
–aunque fuese «sugiriéndolo» con fotos explícitas– a especies animales concretas. Si los pollos, los huevos y los cerdos comercializados en España no tenían nada que ver con el problema, ¿por qué señalarlos? Al lector medio le resultó difícil discriminar el alcance del suceso… A eso, sumémosle la ligereza de la Administración Europea declarando, a propósito de este incidente, que «la industria agroalimentaria, muy mal». ¿Toda? ¿En toda Europa? ¿También la nuestra? ¡Por supuesto que no! Afortunadamente, tenemos mil razones para no darnos por aludidos. Pero estas frivolidades comunicativas de unos y otros, más que informar, deforman.