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Sagan siempre gana

El eslovaco se estrena en el Tour n Susto por el enganchón de Valverde y la caída de Luis LeónVISé-TOURNAI (207,5 kilómetros): Los llegadores del Tour se pondrán hoy el traje de faena para la primera ocasión de alzarse con una victoria de etapa. Será el adiós a Bélgica en una jornada que sólo contará con una pequeña dificultad montañosa, el ascenso a la ciudadela de Namur, de cuarta categoría, a 126 kilómetros para la llegada.

Sagan siempre gana
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Peter Sagan «siempre» ha ganado. Desde pequeño. Un portento. Un fenómeno. Así le llaman ahora, es la sensación del pelotón, la atracción del ciclismo moderno. Encarna, para el que nunca le haya visto pedalear, una juventud angelical ejemplar: tímido y reservado, ojos azules transparentes. Ni con eso ha conseguido quitarse el sobrenombre que se ha ganado, con justicia: la bestia. Y eso con 22 añitos. Del ciclismo profesional, al que tiene asustado y maravillado a la vez, sólo le quedaba por catar el Tour. Ya ha ganado en la Vuelta –tres etapas–, en Suiza, en Polonia, en París-Niza. Dos días de Tour ha necesitado para asombrar al mundo. Bestial.

Asombroso y espectacular, no sólo por su potencia. Esta vez, lo que dejó boquiabierta a la parroquia fue su frialdad de veterano en la Cote de Searing, el explosivo final de la primera etapa en línea cuando Fabian Cancellara, líder y mecha a la vez, reventó al pelotón. El suizo tardó un suspiro en atrapar a Chavanel. A la rueda de Cancellara se pegó Sagan. Mal compañero. Y no le dio un relevo. El suizo se desesperó. Y Peter, nada, impasible. Ni se inmutó a 20 kilómetros de meta, cuando Rojas y Luis León se fueron al suelo, éste último con un golpe en la muñeca. Tampoco con el enganchón que obligó a Valverde a echar pie a tierra, perder la estela y remontar para, a pesar de quedar cerrado por Gesink, terminar sexto.

Sagan es un niño prodigio. Eso sí que le viene de familia. Sus padres tenían en Zilina, a 200 kilómetros de Bratislava, un supermercado. Nadie compraba allí y tuvieron que cerrarlo. Después, una pizzería. Toda la masa que salía del horno se la comía el pequeño Peter. «Es mi comida favorita», dice. Nadie las compraba. Persiana abajo. «Reconstruimos una casa, la dividimos en apartamentos y los alquilábamos», cuenta ahora.

De aquello salió adelante la familia Sagan. Padre, madre y cuatro niños. La fuente de ingresos para mandar a Peter y Juraj a Italia, a hacerse ciclistas. Ahora viven juntos. «Cocinamos, planchamos y lavamos juntos», dice Peter, porque el único que gana es él.