«Leche»: Sin alimento

Si el color amarillo atenuaba el dolor de la mirada del niño de «Miel», el blanco lácteo se transforma en el vínculo irrompible que lo une con su madre, ahora viuda. Se trata del mismo personaje, Yusuf, que, en su adolescencia, apunta maneras de poeta que no encuentran aprobación en el seno materno. La leche es la obvia metáfora de una relación casi edípica. La obviedad en las metáforas es el peor defecto de «Leche», que intenta camuflar su falta de sutileza con poca fortuna, echando mano de una puesta en escena pomposamente contemplativa que no provoca más que tedio.

Al contrario que en «Miel», no está al servicio de un punto de vista, sino que funciona como un barniz para disimular la debilidad de la historia que cuenta, un relato de iniciación truncado por una doble decepción: la que siente Yusuf cuando no puede hacer el servicio militar por ser epiléptico y la que siente en relación a su madre, que empieza a rehacer su vida con otro hombre. Sin embargo, la crisis de identidad de este artista del hambre no cala en los huesos del espectador, preocupado como está Kaplanoglu por elaborar un discurso estético que revista de profundidad lo que no es más que cine superficial que quiere hacerse el importante.