Berlín
«Caoba»: la madera podrida del comunismo
«Que sean otros los que juzguen, no yo. Mi trabajo se reduce a me- ditar sobre las cosas. En particular, cómo pueden convertirse en relatos». Entonces no lo sabía, pero Boris Pilniak iba a ser juzgado por escribir y contar. Y un denso silencio cubrió su muerte poco después de imprimir esas líneas en «Caoba», un genial libro de cuentos sobre el desengaño y la verdad de los desplazados por el régimen soviético.
Tenía apenas 27 años cuando Pilniak saltó a la fama mundial con la publicación de «El año desnudo», una novela experimental sobre la Revolución Rusa, a la que se había sumado con absoluta devoción. No es que Pilniak fuese un convencido de las ideas marxistas, sino que creía que la revolución del campesinado y la clase obrera rusa podía devolverle al país su identidad, reforzar las esencias de la madre tierra rusa, recuperar su espíritu. Pronto vio las cenizas de sus esperanzas con el ascenso al poder de Stalin. Y, fiel a sus principios, Pilniak no calló. En 1926, con todos los focos sobre su talento, publica un relato elocuente: «Cuento de la luna perpetua», en el que el comandante número uno ordena la muerte en la mesa de operaciones de un subordinado. Todo el mundo lo relacionó con el caso del Mijail Frunze, que fue asesinado en 1925 por órdenes de Stalin, que se convirtió en uno de los primeros crímenes del dictador. La versión oficial fue la del desgraciado desenlace de una serie de complicaciones médicas. La narración es recibida con ecos de polémica y Pilniak se sitúa bajo el punto de mira del partido y comienza el acoso.
Miseria del pueblo
El escritor no se amilana y en 1929 publica «Caoba» en Berlín. La obra está prohibida en Rusia porque su visión es la de los marginados, la de la miseria del pueblo, las supersticiones y la alienación de la clase obrera que se suponía que era dueña de la revolución. Habla de masas de ignorancia, desarrapados, plañideras y beatas, limosneros y clarividentes que se arrastran por el barro. «Uniformados por el delirio», escribe. «Todos ellos vivían a la sombra de la paz bulbiforme y azul del asiático imperio ruso. Extraían su amargura del queso y la cebolla, ya que las cúpulas en forma de cebolla que coronaban las iglesias son, con toda seguridad, el símbolo perfecto de la vida rusa», narra Pilniak, que defendía la identidad asiática de Rusia frente a la europea, a pesar de vivir exiliado al otro lado de los Urales, e incluso se permite contar el amor entre una rusa y un escritor japonés. La estructura del partido encontró argumentos para acusarle de espía del Japón imperial.
Lo que tanto ofendió a las estructuras del partido fue la historia de dos viejos anticuarios, avariciosos y serviles, que recorren los pueblos recogiendo los muebles abandonados en las cunetas para revenderlos, como el reverso de la moneda del noble oficio de ebanista, del tallado artesanal de la madera, todo un símbolo del oficio manual y del aprecio de las materias primas, en especial de la madera de la estepa rusa. La miseria ya avisa a algunos de los personajes de la historia de que algunas teorías de Marx sobre la clase obrera quedarán obsoletas.
La traducción del volumen fue obra del premio Cervantes Sergio Pitol, que hace 20 años expresaba su fascinación por las historias de Pilniak, al que consideraba ejemplo de las «violentas contradicciones» de la vida en el país soviético en el fondo de sus historias, mientras que, en la forma, su prosa alcanzó una novedad absoluta: la narración con estilo de montaje cinematográfico. Hoy trillada, pero entonces vanguardista.
Los archivos del KGB
En la edición que se acaba de recuperar tras 20 años sin publicarse este título se ha respetado el prólogo de Pitol, escrito antes de que se conociera demasiado sobre el destino de Pilniak. Se desveló mucho tiempo después, tanto como medio siglo durante el que nunca se supo si había sido desterrado, enviado a un campo de concentración o si estaba en la cárcel. En 1991 Vitali Shentalinski descubrió en «Los archivos literarios del KGB» que el final de Pilniak se había escrito en pocos minutos: los aproximadamente quince que duró el juicio sumarísimo al que fue sometido después de su detención en 1937, acusado de terrorismo y espionaje. Las muestras públicas de arrepentimiento y entusiasmo soviético no sirvieron de nada. Como él mismo sospechaba, los servicios secretos llevaban tiempo siguiéndole.
Sabían incluso que había conocido en España a Andrés Nin, seguidor de Trotsky, lo que le convertía aún más en peligroso. «Dejó escrita una novela que enterró en el jardín por miedo a que aparecieran los servicios secretos. Nadie sabía que existía y cuando se encontró ya no podía leerse», explica Viviana Paletta, editora de la novela, que cree que con Pilniak sus propios compatriotas vivieron un síndrome de «mejor no preguntar, mejor no saber, a pesar de que era uno de los grandes escritores del momento. Por miedo», asegura. «Tengo una conclusión: que creyó y lo dijo, y dejó de creer, y también lo dijo. Por eso nadie le ha perdonado ni siquiera hoy», opina Paletta.
Temidos por el poder
Pocos expertos saben tanto de la represión a intelectuales llevada a cabo por el régimen soviético como Vitali Shentalinski, que en 1991 fue el primero en bucear en los archivos desclasificados del KGB. Varios centenares de carpetas rojas que guardaban el destino de cientos de escritores que fueron considerados antipatriotas por las autoridades comunistas.
Es sabido que un escritor en Rusia es algo más. La veneración que les tiene el pueblo ruso los convierte en hombres temidos. Más respetado que el zar era León Tolstói al que muchos miraban como si fuera un santo. Quizá por eso, Stalin y sus correlegionarios nunca ahorraron en esfuerzos para represaliarlos. Más de 2.000 escritores «desparecieron» durante los llamados años del terror de la dictadura estalinista y junto a ellos su memoria, porque su propia obra fue censurada, sus cartas confiscadas a la familia, sus biografías falsificadas. Pagaron con su vida escritores como Bulgákov, Mandelstam o Gorki.
Amor oculto
Aunque «Caoba» es el relato que da título al volumen se reedita conjuntamente con otras cuatro narraciones más breves. Una es el excelente «Al viejo queso de Chesire» y la otra es una narración como un juego, «Un cuento sobre cómo se escriben los cuentos», en el que unas historias atrapan a otras como una Mtrioshka, y en el que Pilniak (arriba) enseña las puntadas del envés de su tapiz. Explica por qué un escritor elige contar unas cosas y otras no, cómo selecciona los pasajes de una historia compleja. Es el taller del escritor sobre sus vivencias. Según algunos de sus biógrafos, él conoció a una mujer japonesa de la que se enamoró, pero el romance no prosperó. Una especie de Madame Butterfly al revés. Lo más trágico es que el final del cuento anticipa el de su vida.
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