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Murcia

Un año del esguince

La Razón
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Vi la final del Mundial en Madrid, entre amigos. Al día siguiente me subía a La Montaña. En el Paseo de la Castellana, una riada de camisetas rojas y banderas de España rumbo a Colón. Iniciado el partido, creo recordar que pedí que De Jong, un holandés guarrísimo, fuera ofrecido a los leones del parque Krügger. Le hizo una entrada a Xabi Alonso criminal, que el árbitro inglés, un auténtico asno, no quiso ver. El tiempo pasaba y España jugaba mejor que Holanda, pero sin rendimiento. El fallecido Alfonso Escámez, el que fuera presidente del Banco Central y Cepsa, marqués de Águilas, murciano y madridista, y que alcanzó la cima de la banca habiendo sido el botones de una sucursal en Murcia, hablaba de fútbol con lenguaje bancario. Miguel Ors, nuestro compañero, gran periodista y amigo de Escámez, lo sabe: «El fútbol bonito no sirve para nada si no hay rendimiento». Pues eso. España no sacaba rendimiento a la belleza de su fútbol. Y crecieron los fantasmas. Momento clave. Faltaban pocos minutos para el final y Robben galopó en solitario hacia la portería española. De mucho sirvió que Casillas lo conociera. En ese momento, que podría haber sido nefasto, los fantasmas decrecieron. Corazón en la boca durante la prórroga. Y el gol de Iniesta. No recuerdo el momento de la lesión. No de Iniesta, de la mía. Pero fueron tales los saltos, los abrazos, las cabriolas, y creo que, incluso, las volteretas, que me lesioné gravemente. No podía andar. Un esguince. Pero no me dolía. Me acariciaba. El sueño cumplido. No soy dudoso en inclinaciones sexuales. Me gustan las mujeres. Pero en aquel momento hubiera besado a Vicente del Bosque sin ninguna cautela. El esguince está curado.