Extremadura
Romances de lobos por Antonio PÉREZ HENARES
Los romances de lobos son una referencia continua en nuestra literatura. El más famoso es, sin duda, el de la loba parda. Proveniente de Extremadura, hay quien lleva su antigüedad al siglo XII, aunque los más la rebajan al XV. Muchos niños del medio rural lo conocíamos por transmisión oral de abuelo a nietos. Hoy los nietos están enganchados a los artilugios mecánicos. A mí me lo recitaba el mío, Valentín Gómez, junto a la lumbre, y la cocina entera se llenaba de siluetas lobunas. Guadalajara, mi tierra, siempre fue tierra de lobos y vuelve a serlo. Han vuelto a su Pico, el del Lobo, techo de nuestra tierra aunque parezca más alto nuestro emblemático Ocejón. Desde sus faldas se asoman ya a Madrid. También campean por el Hayedo y la Sierra Pela. Bueno va, pero que no sean los ganaderos quienes paguen sus daños, que los lobos no comen maní. Entre todos hemos de pagarlos y mantenerlos.
El último lobo de esta tierra fue entonces exterminado en Prádena de Atienza en 1967, envenenado en el cadáver de un caballo que había matado y al que volvió. Una camada con lobeznos fue cogida en Zorita de los Canes por aquellas fechas. Me contaron que en la escuela de Albalate de Zorita, en 1933, lo niños jugaban con dos lobeznos que un alimañero había capturado en la Sierra de Altomira.
Las versiones del romance son muchas. Quizás tantas como abuelos. La más extendida, el de la loba parda, comienza así:
«Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada/las cabrillas altas iban y la luna rebajada;/mal barruntan las ovejas, no paran en la majada/Vide venir siete lobos por una oscura cañada./Venían echando suertes cuál entrará a la majada;/le tocó a una loba vieja, patituerta, cana y parda,/que tenía los colmillos como punta de navaja».
Si les gusta búsquenlo y lo completan. ¡Ah! Y se lo cuentan a su hijo o a su nieto. A lo mejor deja un instante el artilugio.
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