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Ruido de catre

La Razón
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Una amiga mía que acababa de liarse con un hombre al margen de su matrimonio, me dijo de madrugada en El Corzo hace algunos años: «Duermo en la misma cama desde que me casé, pero hasta que una noche llevé a mi amante a casa ni había sospechado que pudiese hacer tanto ruido un mueble sin necesidad de arrastrarlo». Mi amiga estaba casada con uno de esos acatarrados escritores con bufanda que mastican la cena aprovechando los bostezos. Por su experiencia matrimonial tenía la idea de que los escritores eran un gremio lento y reflexivo, formado por hombres capaces de ahondar en el alma de una mujer pero de los que no cabía esperar que le hiciesen crujir una sola noche su cama. Al cabo de veinte años de vida en común, mi amiga me comentó aquella noche que a ella le habría gustado unir su destino al de alguien que le dejase al mismo tiempo una huella en el alma y un chupón en el cuello. Ella no lo dijo, pero supongo que se refería a alguien como Ernest Hemingway, aquel tipo rudo y sentimental que detestaba la seguridad y escribía como si redactase sus frases con un abrelatas. A Hemingway la posibilidad de quedarse sin inspiración le aterraba tanto como el riesgo de quedarse sin vicios, probablemente porque entendía la vida como algo que sólo resulta interesante cuando se está al borde de perderla. El escritor norteamericano era abrasivo por fuera y tierno por dentro, como una flor invidente que creciese casi mustia en el interior de un cactus. Tampoco algo así lo dijo aquella noche mi amiga, pero supongo que si se hubiese liado con Hemingway, le advertiría: «Tienes fama de pendenciero, de cínico y de mujeriego. También sé que eres la clase de hombre al que beber le seca la boca. Todo el mundo me recomienda que te evite. Pero, ¿sabes?, si a pesar de todo eso te busco, es porque sé que eres el único hombre que por suerte no me protegería de ti». A los pocos días mi amiga rompió con el tipo que le había descubierto en su casa el lascivo y excitante morse del catre. Yo le pregunté por qué había renunciado a lo suyo con aquel hombre. Y esto es lo que yo creo que ella se calló aquella noche: «Me harté de despertar a su lado en la habitación de cualquier hotel. Mi ideal sería acostarme con mi amante de madrugada en la cabina de un camión y despertar por la mañana en las páginas de una novela. El hombre que piensa, cariño, está incompleto sin el hombre que embiste».