Estados Unidos
Claroscuros de la economía mundial
Las perspectivas para la economía mundial han mejorado en los últimos meses, aunque la recuperación no es homogénea en todas las áreas económicas, debiendo distinguir entre, por una parte, las economías emergentes y las desarrolladas, y, por otra parte, dentro de estas últimas, entre países más o menos dinámicos. Al mismo tiempo, todavía no han desaparecido las amenazas procedentes de la situación del sistema bancario, de la crisis de la deuda soberana y de la evolución de los precios de las materias primas, todos los cuales afectan básicamente a las economías avanzadas. La prueba de que estas últimas aún están lejos de la normalidad se encuentra en el mantenimiento de las medidas excepcionales de política monetaria, que sólo en parte han comenzado a ser retiradas en la zona euro.
Esta recuperación económica mundial ha ganado consistencia y las perspectivas son más optimistas. A un crecimiento del 5% el pasado año, le seguirá, según las previsiones, en torno a un 4,5% en el actual. No obstante, el rasgo distintivo de esta etapa post-recesión sigue siendo la evolución a diferentes velocidades de las economías emergentes y de las desarrolladas: mientras que las primeras exhiben gran solidez y dinamismo, y se han convertido en auténticas locomotoras de la economía mundial, los países avanzados se enfrentan aún a importantes problemas derivados de la situación de sus sistemas bancarios y del aumento del riesgo soberano, además de arrastrar todavía, en el caso de muchos de ellos, el lastre de un elevado endeudamiento privado y del hundimiento de sus sectores inmobiliarios. A esto hay que añadir, además, el elevado nivel, en general, de las tasas de paro.
En el polo opuesto se encuentran Grecia e Irlanda, a los que se ha sumado Portugal para ser rescatado debido a la imposibilidad de hacer frente a las elevadas primas de riesgo exigidas por los mercados ante el serio deterioro de sus Cuentas Públicas. Sin embargo, al menos en el caso de Grecia, la solución del rescate, consistente en la concesión de préstamos –junto con el FMI– para cubrir las necesidades de financiación a corto plazo del Gobierno, se está demostrando ineficaz, puesto que el problema de este país posiblemente sea, en realidad, de insolvencia. La única salida posible sería una reestructuración, pero existe el temor de que esto pueda generar un nuevo tsunami financiero.
El país heleno destinó el pasado año el 14% de los ingresos públicos a pagar los intereses de su deuda, frente a una media del 6,3% en el conjunto de la zona euro. La profunda depresión en la que está sumida esta economía hace imposible que pueda generar los recursos impositivos necesarios para afrontar tales obligaciones de pago, de modo que la situación es, a todas luces, insostenible. La concesión de un nuevo crédito a través del mecanismo de rescate recientemente ampliado es inútil, y políticamente difícil de aceptar para los ciudadanos de los países que más recursos aportan. Además, la extrema dureza de las condiciones que acompañan a dicha financiación, dirigidas a reducir un déficit estructural enorme en un plazo de apenas cuatro años, profundizaría aún más en la situación de depresión y de incapacidad para generar ingresos con los que pagar la deuda. Una reestructuración, ya sea mediante una quita, una reducción de los tipos de interés o un alargamiento de los plazos de vencimiento, podría crear problemas a algunas entidades financieras europeas pero es la única salida. Además, el rechazo de plano de la posibilidad de una salida de este tipo, como hasta ahora viene siendo el mensaje de la Unión Europea, crea incentivos muy perversos y favorece la toma de decisiones, dentro de las entidades financieras, que no se adecuan al verdadero perfil de riesgos de los diferentes activos.
Aunque el drama de la crisis de la deuda soberana se representa sobre el escenario europeo, la rápida escalada del endeudamiento público en Estados Unidos, que al final de este año rozará el 100% de su PIB, suscita cada vez más preocupación. Otro motivo de preocupación procede del encarecimiento del petróleo y de las materias primas agrícolas en los mercados internacionales. Como consecuencia, las tasas generales de inflación se han movido al alza en todas las áreas económicas, a lo que el BCE ha respondido con un adelanto en el inicio de la fase ascendente de los tipos de interés de su política monetaria, que ha elevado hasta el 1,5%.
Es cierto que no parece que la situación justifique un aumento de los tipos de interés puesto que no existen tensiones alcistas por el lado de la demanda, la utilización de la capacidad productiva es aún reducida y el crecimiento de la masa monetaria es muy moderado, de modo que no hay riesgo de que se genere una espiral inflacionista. Además, un endurecimiento de la política monetaria podría dificultar aún más la salida de la crisis de los países periféricos. Sin embargo, unos tipos de interés tan reducidos como los que han prevalecido hasta abril son propios de una situación de emergencia que ya ha sido superada, por lo que deben comenzar a normalizarse. Esta ligera subida, no obstante no va a suponer peligro alguno para la recuperación económica de la zona euro, puesto que se siguen encontrando en niveles bajos. Asimismo, hay que recordar que al menos una parte de la responsabilidad de la crisis financiera que explotó en agosto de 2007 debe atribuirse al hecho de haber mantenido los tipos de interés en niveles excesivamente reducidos durante demasiado tiempo después de la crisis de 2001.
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