Historia

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La defunción

La Razón
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El 20-N, la cita elegida para las próximas generales, es una fecha emblemática. Hace tiempo, la melancolía del franquismo y/o del falangismo aún arrastraba a miles de nostálgicos a manifestarse en recuerdo de Franco y José Antonio Primo de Rivera, que murieron un 20 de noviembre. Algunos lucían gafas oscuras, camisa oscura, puño oscuro, y cara de poca guasa. El 20-N era el «Día del dolor», el aniversario del fusilamiento de José Antonio. En los últimos años, se hizo tristemente famoso por congregar a pequeños grupos «antifascistas» que ponían más empeño en «reventar las manifestaciones fascistas» del que quizás ponían los fascistas en manifestarse. Pero llevamos casi ocho años siendo espoleados a luchar contra un fascismo que no se ve por ninguna parte en España, más que vacunada de la enfermedad fascista por su experiencia histórica; una España que ha caído en brazos del espacio socialdemócrata, en el que pueden convivir las llamadas izquierdas y las derechas contemporáneas, pues hablan el mismo lenguaje. La obsesión del zapaterismo con la memoria histórica y la justicia retrospectiva ha alentado esa batalla contra gigantes que en realidad son molinillos de café, ni siquiera molinos de viento. Se dice que Franco murió rodeado de unos demonios que eran los mismos de los españoles de la época: comunismo, ateísmo y masonería. El zapaterismo agonizante fallecerá el mismo día que Franco: un 20-N. Será casualidad, o no, según quién lo mire. Los demonios del zapaterismo, los que asistirán a su velatorio, serán ese inefable fascismo del que habla la propaganda aunque pocos lo hayan avistado de cerca, sus primos de la derecha extrema y la religión católica. Todos, fantasmas de nuestro pasado imperfecto. De los demonios del presente, el zapaterismo no se ha ocupado demasiado. Igual que con el franquismo, el zapaterismo dejará los problemas sin resolver o mal planteados y la grave situación adornada de parches, como quien quiere curar una pierna rota con tiritas. También quedarán grandes incertidumbres y frágiles esperanzas. La única diferencia es que no habrá un manto de la Virgen del Pilar presidiendo las exequias.