Conciertos

De profesión silencio

La Razón
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Creo recordar una historia del Savoy en la que el propietario del club despedía a un músico alegando que su prosperidad económica había empeorado su manera de tocar el saxo. Aquel tipo me recordaba a un cantante de cabaré al que conocí en Compostela hace ya bastantes años. Estuvo en la cresta de la ola mientras duró la mala fama que le rodeaba de mujeres cuando actuaba, pero una noche al final de su jornada el empresario le llamó a su oficina y le dijo: «Desde que dijiste que estás felizmente casado, la afluencia femenina no ha parado de caer. En estas condiciones ya no eres rentable para el club. No tienes una gran voz y tu repertorio es más viejo que los evangelios, muchacho, pero tenías el gancho de tu mala vida. ¿Y que has hecho? ¡Decirle a todas esas mujeres que eres un marido feliz! Has tirado por la borda el salvavidas, hijo. ¿Crees que alguien te contratará sabiendo que no eres un mujeriego, un informal, un calavera?». Al instante, el jefe echó mano a su billetera y le hizo la cuenta. «Te liquidaré como si nada hubiese ocurrido. Y, sinceramente, te deseo lo mejor. Olvidaré que tu decencia ha hundido mi negocio y te sustituiré por alguien que cante con la garra y la desesperación con la que cantan los tipos que por suerte no consiguen ser felices». Mi amigo cantante encajó el golpe con dignidad y buscó abrirse camino en un viejo pub de la ciudad en el que la clientela la formaban unos señores leñosos que sudaban resina y sus mujeres vestidas con unos abrigos de piel tan gruesos que parecía que les hubiesen dado de comer media hora antes. Estuvo una semana en cartel antes de que el dueño del local le advirtiese con inquietante franqueza que los tiempos no eran los mejores para un cantante de su estilo. «No digo que no seas un buen artista, no, no se trata de eso. El problema es que has nacido fuera de tu época. Eres un "crooner", ya sabes, uno de esos tipos elegantes de los que ya no quedan, pero, ¿sabes?, el mundo ha cambiado y la gente quiere cantantes a los que importe poco no prestarles atención. Todos esos tipos son hombres de negocios. Y eso significa que si tienes buena voz, no podrán oir el jodido teléfono». Dicho lo cual, le hizo la cuenta. A los pocos días me lo encontré una noche en la calle, le ofrecí un cigarrillo y me dijo: «Ya no canto. Soy matón en un local de alterne. Es un trabajo en el que ves muchas cosas. Gracia a que se trata de asuntos delicados, por fin he conseguido mi viejo sueño de vivir del llevadero esfuerzo de guardar silencio».