Historia
Donde jadeaba el polvo por José Luis Alvite
V i en televisión un reportaje sobre la vida de Meyer Lansky en el que varios expertos desmentían el perfil legendario del gángster y lo reducían a la dimensión de un tipo corriente a merced de las circunstancias extraordinarias del Crimen Organizado. Aunque se reconocía que a última hora su inhibición había sido determinante para que «la organización» se cargase al guapo y derrochador Ben «Bugsy» Siegel, los participantes en el reportaje me dejaron la impresión de que la que nos ha llegado de Lansky es una imagen sobredimensionada por los bulos y perpetuada por una leyenda inmerecida, la reseña biográfica de un tipo común agrandada para el consumo de quienes creen que Lansky, como muchos de los otros matones, era un tipo elegante y refinado, hábil para el álgebra y para el crimen, degustador por igual del bogavante y la ópera, un sibarita con el paladar más desarrollado que la conciencia. Lo curioso es que al ver ese reportaje reconozco haberme resistido a dar por bueno el retrato iconoclasta y desmitificador de la figura del judío Lansky, el amigo fraterno del apuesto Siegel, al que protegió cuando «Lucky» Luciano y «los otros» querían asesinarlo por haber despilfarrado a manos llenas el dinero de la Mafia en su aventura visionaria del «Flamingo» de Las Vegas, aquel casino excesivo y algo cursi en medio de un desierto en el que a veces se detenía a jadear el polvo, un lugar despoblado y remoto al que sólo se podía llegar por un descuido, por una fatalidad o por un vicio. Al final he preferido conservar la ida de que Lansky fue uno de aquellos tipos que odiaban las culeras en los pantalones y jamás tomaban una decisión conteniendo al mismo tiempo el odio y las ganas de mear.
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