Combates
Guerra sin cuartel en Ben Yauad
Helicópteros de combate contra baterías antiaéreas. Tanques contra granadas de mano y cohetes. Metralletas contra viejos kalashnikov. Una guerra desnivelada e injusta entre brigadas especiales de élite y un ejército improvisado de voluntarios sin mando ni disciplina militar. Quizás ayer fue el día más difícil para la resistencia.
Una bocanada de esperanza había hinchado los ánimos de la revolución después de que los milicianos derribaran un caza ruso que iba a atacar Ras Lanuf el día anterior. Aún yacen en el desierto los cuerpos sin vida y sin rostro de los dos pilotos –uno libio y otro sudanés, según testigos–, medio enterrados en la arena junto a los restos del avión calcinado. Impregnados de coraje, miles de rebeldes desde Bengasi a Brega avanzaban posiciones para la siguiente batalla en Sirte, aldea natal de Gadafi. Una vuelta de tuerca y se torcieron los planes. Las fuerzas del coronel, mercenarios, paramilitares y oficiales leales reocuparon la aldea de Ben Yauad, a sólo 50 kilómetros, en menos de 12 horas.
Una enorme cortina de humo se levantaba detrás del desierto hasta donde alcanzaba la vista. Nadie, ni los refuerzos de combatientes, ni las ambulancias, ni los periodistas pudieron acercarse a más 10 kilómetros, cuando el día anterior se podía llegar tranquilamente.
«Pickups» cargadas de armas y municiones, agua y alimentos, vehículos con guerrilleros, periodistas, y ambulancias, formaban una larga fila a lo ancho de la carretera. Allí estaba el frente de la resistencia, y a 20 kilómetros ardía el poblado sitiado por las fuerzas gubernamentales. La masacre sólo se podía intuir a través de las miradas aterradas de aquellos que huían o las lágrimas por los compañeros caídos.
La calma del desierto era constantemente interrumpida por los golpes metálicos de los lanzacohetes, los tiros al aire y las sirenas. En más de una ocasión milicianos y periodistas tuvieron que tirarse al suelo y resguardase detrás de algún montículo de tierra para protegerse de los aviones que sobrevolaban amenazantes.
Omar Ben Halal, de Bengasi, estuvo luchado en la madrugada, pero su coche fue alcanzado por las balas que disparó un mercenario desde una terraza. Ben Halal nos contó que durante la noche entraron a la aldea más de cincuenta mercenarios africanos que tomaron las viviendas y utilizaron a las familias como escudos humanos. «Entraron en una vivienda donde había mujeres y niños, y después sacaron a un hombre y le pegaron un tiro», explicó el joven rebelde. «Entrar ahora, tal y como está la situación, sería un suicido», increpa Halal a un grupo de jóvenes que mostraban las granadas de mano que pensaban utilizar contra los soldados del régimen. De vez en cuando, enciende el radiocasete del coche y pone una cinta de recitación de versículos del Corán, que suenan como cánticos fúnebres.
Omar nos enseña una fotografía que tomó con el móvil de su hijo pequeño, de un año y medio, mientras dice: «Quiero que mi hijo crezca en un país libre. Es por él por quien voy a luchar».
A Tarek se le llenaron los ojos de lágrimas cuando recibió la noticia de que su hermano había muerto en el frente. «No van a detenernos. Primero ganaremos Sirte y después tomaremos Bab Al Asisiya (Palacio Presidencial en Trípoli). La sangre de los mártires alimentará la revolución», dice desafiante este voluntario de Bengasi de 21 años.
Disparos contra las ambulancias
Sólo cinco ambulancias pudieron entrar ayer por la mañana en Ben Yauad para evacuar a los heridos y trasladar cadáveres hasta que las fuerzas leales empezaron a disparar: «No podemos entrar, están disparando a las ambulancias. Hay compañeros atrapados en el fuego cruzado», explica a LA RAZÓN Anas Ahmad, médico de Ras Lanuf, que asegura que «dispararon deliberadamente a la cabeza y al pecho de los civiles».
✕
Accede a tu cuenta para comentar