Estados Unidos

Andar con cuidado

Hillary Clinton. Cuándo: 2 de julio de 2011. Dónde: en el Palacio de La Zarzuela de Madrid. Por qué: La secretaria de Estado se reunía con el Rey

La Razón
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Cuentan que, en cierta ocasión, una dama se enfadó con Oscar Wilde, porque el escritor había pasado por su lado y, al no reconocerla, no la había saludado. El autor respondió con agilidad: «Perdón, señora, pero es que yo he cambiado mucho».
¿Ha cambiado la ministra de Asuntos Exteriores de Estados Unidos de la joven abogada que solía figurar en las listas de los profesionales más influyentes de su país? Una barbaridad. Sufrió una gran transformación cuando se quitó las gafas y se convirtió en primera dama del Imperio, durante ocho años; cambió cuando se desgajó del marido y se dedicó a ganarse un puesto en el Senado; viró en candidata a la presidencia, y se reemplazó a sí misma cuando, tras la derrota, aceptó que el vencedor le diera el brillante puesto que hoy ocupa, se puso el collar de perlas y comenzó a observar la bola del mundo y, a veces, a recorrerlo.
De todo ha aprendido. Sabe que un Rey es algo que no se puede improvisar, que una sonrisa es el escudo de armas de cualquier embajador, y que una dama debe demostrar solidaridad con cualquier debilidad, aunque sea pasajera .
Además, han pasado los tiempos en que en Estados Unidos consideraban que los españoles eran esos tipos morenos que habitaban en Méjico y más al sur. Ahora nos conocen algo más. Su experiencia se llama Irak, por ejemplo, o Afganistán, ese Vietnam del medio Oriente. Y sabe que hay que andar con cuidado, aunque se pertenezca al país más poderoso de la Tierra.
El Rey también sabe que hay que andar con cuidado, pero si las piernas necesitan de las muletas hay dos cualidades que le permiten desenvolverse con agilidad en los caminos internacionales: su cordialidad y su fluido inglés. La ausencia de intérpretes permite que la simpatía y naturalidad de Juan Carlos I se muestre en versión original, y eso ayuda mucho más que un bastón.
Naturalmente es una casualidad que el rojo de las asas de las muletas hagan juego con la corbata. Y, también, que la chaqueta de la Secretaria de Estado sea tan blanca como la camisa del soberano.
Lo que no es casual es que la mano izquierda acuda con una intención de prestar ayuda, y que la derecha se extienda lisa y sincera. En la interpretación de los gestos no ha cambiado la hermeneútica, aunque en estas cuestiones conviene también andar con cuidado.