San Bartolomé

Un embrollo de guerra

La Razón
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Los militares lo están haciendo muy bien, pero lo de los políticos no tiene nombre. Sin una misión nítida, toda la ciencia, arte y valor militar se pueden venir abajo. Motivos para intervenir había, pero dudas e incógnitas que despejar antes del primer disparo, también. Deshacerse de un tipo como Gadafi, si se presenta la oportunidad, siempre es bueno, aunque sigamos tolerando a otros muchos.


En principio no es nuestra obligación si no nos agrede directamente y siempre es peligroso meterse en asuntos ajenos. Pero la visibilidad cuenta mucho. Ojos que no ven, crimen que no sentimos.

Cinco millones en el Congo, dos en Sudán meridional, varios cientos de miles en Darfur y nadie sufre. En Ruanda cerca del millón y mucho más visible.
Clinton dice que sigue sufriendo por no haberlo hecho. En contra no tenía apenas nada más que machetes.

El contexto también cuenta. Hay una revuelta árabe antidictatorial que queremos creer, con no muchas pruebas, que sea democrática, que desborde su área y cambie el mundo. Si dejamos que la aplaste un tirano sentamos cátedra de consumados hipócritas ante todos los que protestan y se juegan la vida en otras partes. Alentamos a los represores. A Irán le estamos diciendo que adelante con sus bombas, que somos un tigre de papel. Y luego lo que vendría después de la toma de Bengasi, de lo que no sólo nos acusarían, sino de lo que nos sentiríamos con cierta responsabilidad: Una noche de San Bartolomé, de los cuchillos largos, Srebrenica, Grozni, Vúkovar. Inexorablemente intervenimos a favor de los rebeldes, querámoslo o no. Pero, según múltiples confesiones de los más altos responsable políticos, ni sabemos quienes son y ni aunque lo supiéramos estamos seguros de si queremos apoyarlos o no. ¿Son las tribus del este contra las del oeste? Oficialmente sólo «defender a los civiles», pero los rebeldes lo son aunque lleven un arma que apenas saben manejar. ¿Y cómo acabar con la rabia sin deshacerse del perro, tras haber dicho que ante todo tiene que marcharse? ¡Señor, qué lío!