Crítica de cine
«Destino final 5»: La muerte esa pesada
Director: Steven Quale. Guión: Eric Heisserer. Intérpretes: Nicholas D'Agosto, Emma Bell, Miles Fisher, Ellen Wroe. EE UU, 2011. Duración: 92 minutos. Terror.
La repetición nos introduce en los dominios de lo infinito. Y qué hay más repetitivo que la muerte: un único final afectado por los ritos de lo variable. No en vano el motor argumental de «Destino final», añadan el número que deseen, es el enfado de la muerte porque alguien ha quebrado la estructura implacable de la repetición: el presagio fatal del protagonista debe cumplirse a rajatabla, sí o sí. ¿Qué induce al público de la saga de «Destino final» a acudir al cine una y otra vez si el esquema narrativo de las películas que la componen es completamente idéntico? ¿Es la estabilidad que provoca la repetición o la sorpresa que produce la diferencia en los detalles la que atrae el espectador? La repetición es una fórmula netamente televisiva, pero «Destino final» la lleva al extremo: es la repetición la que devora la carne de personajes y situaciones, que no existen más allá de una premisa ingeniosa y de la en ocasiones deslumbrante orquestación de las muertes. La muerte, en efecto, controla la puesta en escena definitiva, dice la última palabra, y en ese trabajo de ejemplar dirección cinematográfica, que nos dice dónde mirar, cuáles son los insólitos elementos de una cadena de montaje letal, se encuentra el (relativo) interés de una película que parece finiquitar la franquicia, un fin de fiesta celebrado en sus créditos de clausura.
Director de segunda unidad de «Avatar», Steven Quale sabe exprimir la expresividad de barraca de feria de las tres dimensiones, y saca lo mejor de su saber artesano en la secuencia inicial, el espectacular hundimiento de un puente en obras que no deja (literalmente) títere con cabeza, y en dos escenas –la del entrenamiento gimnástico y la de la operación antimiopía– que demuestran un hilarante sentido de lo macabro.
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