Literatura

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Arco

La Razón
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Se ha acabado Arco, señores, y otro año que no lo he pisao. Se preguntarán Vds cómo se puede escribir de algo sin haberlo visto: nuevo periodismo, creo que se llama. A ver si saco un rato y hablo de Libia, que también me lo sé de oídas. Bueno, que no he estado en Arco, ni este año ni ninguno, ojo, lo que hace todavía más difícil mi tarea. Yo soy una absoluta analfabeta, así, en general, pero de manera particular, en arte contemporáneo. No tengo ni la más remota idea, y lo que es peor, gusto tampoco.

Fui una vez a la Tate y lo que se me quedó grabado a hierro fue una performance de un tipo que aparecía en pelotas en un vídeo, sólo ataviado con un protector para la cabeza y unos guantes de boxeo, y con ellos, se estaba el chiquillo masturbando mientras, entre pretecnologías, le atizaba a un saco. A mí en ese momento me dieron ganas de sacar un martillo y aporrear la pantalla, pero luego me hubiera detenido un «bobby» y acabaría pasando a la historia como una loca. Lo que más me molestó de aquello es que estaba justamente al lado del teléfono langosta de Dalí y me pareció una aberración que el onanista se situara tan cerca de un objeto tan simpático y tan genial.
 
Así que, como Vds estarán comprobando, no estoy hecha ni para el arte moderno, ni para las performances, ni para el boxeo en bolas. Sin embargo, no lo considero una virtud. Me temo que se trata de una tara, de un fallo, de un ciego en mi capacidad para entender el mundo. No me siento especialmente orgullosa cuando cuento que para este tipo de cosas (más allá del peculiar luchador) no tengo sensibilidad ninguna, y empiezo a estar un poco cansada de la gente que presume de despreciar todo el arte moderno por considerarlo una tomadura de pelo.

Mi querido amigo Mario Vaquerizo, con el que me encanta pasar cuantos más ratos mejor y con el que aprendo un montón de cosas, me está enseñando a pensar en la ironía del creador, en la broma que subyace a muchas de esas pinturas o esculturas que no entendemos, en la provocación que esconde, a veces, una «boutade» autoproclamada obra mayor. Y también en que, si el Moma escogió al boxeador, algo estaría tratando de decir, aunque fuera sólo «esto es una mierda, pero Vds hacen cola para verla». Igual la que envasó Manzoni en una lata era, efectivamente, un mensaje para galeristas.