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ASÍ FUE ELEGIDO PRESIDENTE DEL PP: «Aznar me había comunicado antes su decisión»

En septiembre de 2003, el presidente Aznar hizo pública su propuesta de que yo fuera el candidato a la presidencia del gobierno por el Partido Popular en las siguientes elecciones generales, las de marzo de 2004. Había tenido lugar el viernes anterior un Consejo de Ministros, y luego por la tarde José María Aznar nos citó a Rodrigo Rato, a Jaime Mayor Oreja y a mí para vernos el sábado. El presidente me había comunicado antes su decisión. Mi familia recibió la noticia con respeto, como siempre, y con un punto de expectativa sobre lo que iba a pasar a partir de entonces.

Mariano Rajoy, en un multitudinario mitin del PP
Mariano Rajoy, en un multitudinario mitin del PPlarazon

En septiembre de 2003, el presidente Aznar hizo pública su propuesta de que yo fuera el candidato a la presidencia del gobierno por el Partido Popular en las siguientes elecciones generales, las de marzo de 2004. Había tenido lugar el viernes anterior un Consejo de Ministros, y luego por la tarde José María Aznar nos citó a Rodrigo Rato, a Jaime Mayor Oreja y a mí para vernos el sábado. El presidente me había comunicado antes su decisión. Mi familia recibió la noticia con respeto, como siempre, y con un punto de expectativa sobre lo que iba a pasar a partir de entonces.

Posteriormente, el lunes y el martes siguientes, los órganos competentes del partido, el comité ejecutivo y la junta directiva, adoptaron formalmente esa decisión. En seguida me preparé para abandonar el gobierno, ocupar un despacho en Génova como secretario general del partido y comenzar a preparar la campaña electoral. Me puse inmediatamente a trabajar en la nueva tarea.
Han corrido bastantes ríos de tinta y no faltan las especulaciones sobre lo que llevó a Aznar a proponerme a mí como candidato y como su sucesor al frente del Partido Popular. He de decir que tengo un gran respeto hacia las otras dos personas que Aznar había considerado también como posibles candidatos: Rodrigo Rato y Jaime Mayor. Mi opinión es que los tres teníamos cualidades para optar a la presidencia del gobierno. Son muchos años de relación profesional y de luchar juntos en no pocas batallas políticas, y siempre me ha unido a ellos una buena amistad. Nos une sobre todo una coincidencia en los objetivos que perseguimos por el bien de España y del interés general.

Sinceramente, creo que cualquiera de los dos hubiera sido un excelente candidato a la presidencia del gobierno y que Aznar valoró en mi caso la larga experiencia en puestos políticos muy distintos, los diferentes ministerios que había ocupado y mi tarea al frente de la vicepresidencia primera del gobierno. Cuando me lo comunicó, tuve también de nuevo ese sentimiento algo contradictorio, que me había embargado en ocasiones anteriores, de confianza y responsabilidad. Pero aquí además se añadía que había que dirigir una campaña y ganar unas elecciones.

Por de pronto se trataba de obtener el respaldo de una mayoría de españoles. Yo era consciente del impacto negativo que la crisis de Iraq y el deterioro lógico de ocho años de gobierno podía tener entre los ciudadanos.

Sin embargo, en las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2003, los resultados no fueron desfavorables, como se podría haber esperado.
(...) Me puse a preparar un programa para las elecciones y para un posible gobierno, y también hice varios viajes a países europeos y americanos con el fin de realizar un intercambio de opiniones con sus máximos responsables políticos.

(...)

Entonces sucedió lo impensable.
El atentado de Atocha del 11 de marzo, donde murieron 192 personas y resultaron heridas cerca de dos mil, nos puso ante los ojos de nuevo la terrible realidad del terrorismo islamista, que ahora nos golpeaba a nosotros, en pleno centro de Madrid, con la explosión casi simultánea de diez bombas en cuatro trenes de cercanías.

Yo me enteré del atentado el jueves por la mañana. Estaba en mi casa preparándome para salir hacia San Sebastián y Sevilla para participar en la campaña, y mi mujer me dijo, con la lógica alarma, que en las televisiones se estaba dando la noticia de un atentado en Madrid. En cuanto escuché lo que había ocurrido, me puse en contacto con el ministro del Interior y con el propio presidente del gobierno.

La convicción generalizada en esos momentos era que se trataba de un atentado de ETA. El lehendakari Ibarretxe lo adelantó esa misma mañana en rueda de prensa. Parecía lógico que todas las miradas convergieran en ETA, pues pocos días antes (el 29 de febrero) había sido interceptada por la Guardia Civil una furgoneta cargada con 536 kilos de explosivos en Cañaveras (Cuenca) y habían sido detenidos los dos terroristas etarras que la transportaban.
Suspendimos inmediatamente la campaña electoral, y el presidente del gobierno decidió convocar una manifestación para expresar la condena contra los atentados que debía celebrarse el día siguiente.

La respuesta del pueblo español a esta convocatoria fue masiva. Millones de personas nos manifestamos ese día en toda España contra el terrorismo. Bajo una lluvia continua, en la cabecera de la manifestación estábamos todos: representantes institucionales, líderes políticos, empresariales, sindicales, religiosos. Fue una impresionante expresión de repudio y de sentimientos profundamente ofendidos.

La manifestación, que debía haber supuesto una gran expresión colectiva de rechazo al terrorismo y de pesar y solidaridad con las víctimas, se distorsionó por la presencia de grupos de personas que se dedicaron a insultar a los dirigentes del Partido Popular que estábamos allí, entre otros al presidente del gobierno y a mí. Ese mismo día hubo otra manifestación en Barcelona, en la que se agredió al vicepresidente económico del gobierno, Rodrigo Rato, y al entonces presidente del Partido Popular en Cataluña, Josep Piqué.
El atentado había hecho estallar una gran conmoción colectiva, de esas que tienen efectos inesperados.

Las horas que siguieron se vivieron en muchas partes con enorme intensidad y una gran confusión. De repente se creó una dinámica de creciente radicalización y polarización política. Me empezaron a llegar noticias de personas y sedes del partido que eran atacados violentamente. En muchos puntos de España nuestros militantes eran agredidos físicamente, con el mayor desprecio a unas reglas mínimas de comportamiento democrático. Se atacó a las sedes del Partido Popular en casi toda España. Recuerdo que en Vigo se agredió a la hija de un amigo mío, Carlos Mantilla; pero en todas partes se desató un clima de violencia irracional. Algo similar ocurrió con la concentración organizada el sábado 13 ante la sede central de Génova, en la que no se dejó de increparnos. Por la noche, la intervención de Pérez Rubalcaba en televisión, en la teórica jornada de reflexión antes de las elecciones, pasará a los anales de la historia por hacer un uso muy poco acorde con las normas básicas de la convivencia democrática y con el respeto al adversario político.