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Agua a flote
Igual que a veces comete sus injusticias el tirano para permitirse luego el placer de la magnanimidad, recuerdo haberle hecho daño a alguien porque necesitaba disfrutar del gesto sincero de implorar seguidamente su perdón. Otras personas adoptan la actitud contraria y aceptan el dolor de la injusticia porque esperan disponer luego de ese momento de gratificante discrecionalidad en el que pueden perdonar a quien les hace daño. Algunos de los momentos de mayor grandeza emocional en las relaciones de pareja tienen que ver con la posibilidad de reconducir ambos con generosidad una circunstancia amarga que presagiaba lo peor. Hay lazos sentimentales que se afianzan definitivamente después de la ruptura más dolorosa cuando lo natural habría sido repartir las deudas, negarse el saludo y devolverle al otro su derecho a la indiferencia, al olvido y al aliento. Hay verdaderos especialistas en provocar el sufrimiento y otros que administran portentosamente el perdón. Hay una inefable y comprensible perversidad en la conducta del tipo que le infunde desconcierto y miedo a su chica porque quiere comprobar hasta qué punto necesita ella de su apoyo. Es el suyo un comportamiento tan comprensible y perverso como la actitud de la mujer que provoca los celos de su pareja aunque sólo sea para demostrarle que a veces no es la lealtad, sino el miedo, lo que hace duradero el amor. Al final se aclaran las cosas y uno comprende con naturalidad que no hay que fiarse de la apariencia de las relaciones humanas y que lo que aflora en nuestra conducta no siempre representa lo que de verdad se siente, igual que el hecho de que una parte del mar permanezca a flote no significa que el agua sepa nadar.
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