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Larrañaga engañó a su hija sobre la operación por Jesús Mariñas
Nadie se explica qué hacía y hace Carlos Larrañaga en Benalmádena. Sus amigos creían que el viaje era fruto de una nueva travesura sentimental. Y nada más lejos de la realidad, aunque mantenga genio y figura. Se disipan los temores acerca de su recuperación y hasta ya han empezado a calcular que, de tener el proceso previsto, podría ser junio el mes de su reaparición escénica, en la que vuelve a formar pareja –tan sólo artística, ella mantiene que le prefiere como amigo entrañable, confidente y cómplice– con María Luisa Merlo. En tiempos resultaron un bombazo taquillero, que se había reproducido al comunicarse su retorno. Poseen una química y simpatía acrecentada por los años sobre la escena, ahora contrastada en el cariño popular, que no entendía la dolencia del galán. Tampoco su alejamiento a la Costa del Sol, sabiendo que no es muy amigo de la playa, de ahí la presunción de algún amorío donjuanesco. Nada más lejos de la cruda realidad. El miedo inicial se está superando, ya que Carlos está retomando la buena forma dentro de una convalecencia que no será fácil. Escogió la clínica Xanit, de Benalmádena, porque allí opera el urólogo Sanz, quien casi salvó a Caco, su hijo mayor. Me cuentan que Carlos engañó a su hija antes de tomar el AVE hacia Málaga para ser intervenido justo antes de comenzar a ensayar la obra que será pospuesta hasta casi el verano. Lástima, porque el papel estaba vendido en las ciudades anunciadas y tenía previsto su estreno el 9 de febrero en Gijón. Justo un mes antes, el lunes, le operaron durante poco más de cinco horas.
A partir de ahora, parece que darán un parte cada dos días para detallar los avances. Las perspectivas son inmejorables y casi auguran una recuperación más rápida de lo normal. Todo habría quedado en un susto, gracias a la eliminación del tumor por el genio que lo tiene entre sus experimentadas manos en este centro modélico, creado por Rafael Gómez, el cordobés de pelo blanco al que apodan Sandokán. Un personaje como de novela, igual que la historia montada por Carlos para tranquilizar a Paula, su hija pequeña, fruto de su matrimonio con la abnegada Ana Escribano, ahora tan inquieta como María Luisa Merlo, que en Madrid cuida de los nietos mientras Amparito, Luis y Pedro van y vienen según sus compromisos teatrales. Tan sólo monta guardia permanente Ángel, el marido de Amparo, que hasta participará como técnico en la rehabilitación física. «Paula, papá se va a trabajar a un sitio sin cobertura ni tele, pero será por poco tiempo», dijo Carlos a la pequeña. La dejó convencida sin preocuparla. La cuidan su familia y amigos próximos, ahora muy reconfortados por cómo van las cosas. Y en esa confianza estamos todos.
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