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La Poli
Algunos de mis amigos se avergüenzan de ser policías. No conozco ningún país del mundo en que ocurra algo así. Los gendarmes franceses son una institución y los bobbies británicos, no les cuento. De los Estados Unidos, ni hablamos. Estos amigos rellenan la casilla relativa a la profesión con la expresión «funcionario» y evitan, en la medida de lo posible, que nadie los vea de uniforme fuera de servicio. A menudo consideran que los demás albergan prejuicios contra ellos, sobre todo si sus interlocutores son de izquierdas. Llegan a pensar que son vistos como parte de un cuerpo represivo y violento. Ignoro por qué pasa esto en España. Tal vez sea una hiper reacción frente al pasado dictatorial. El fruto de la identificación de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad con el franquismo. De hecho, afecta también al Ejército.
Hace muy poco moría mi gran amigo Juan Antonio García Ruiz, jovencísimo subteniente del Ejército de Tierra, y lo enterramos entre los cantos de sus compañeros, que entonaron de forma impresionante «La muerte no es el final». En un aparte, otro asistente, un argentino, me preguntó un poco sorprendido si los militares no pensaban llevar el féretro a hombros. Le expliqué que, en España, los militares jamás se atreverían a algo así, salvo expresa petición familiar. Probablemente los compañeros de Juan Antonio debieron sopesar muy cuidadosamente hasta dónde podían «marcar» o no la ceremonia con sabor militar. Nunca se sabe cómo van a reaccionar los deudos. Hay pudor con respecto a lo castrense. Y, sin embargo, pocas cosas hay más democráticas que el Ejército y la Policía.
Las sociedades civilizadas se distinguen de otras más primitivas en que el uso de la fuerza privada se restringe a favor del poder del Estado. Nos atamos las manos y depositamos, por pura convicción democrática, la coacción o la defensa violenta en las Fuerzas de Seguridad del Estado. En un policía o un militar el ciudadano de bien reconoce el eslabón de las instituciones que nos amparan a todos. ¿Por qué, entonces, cierto sector de la juventud vuelve a enarbolar la bandera del odio antipolicial? Recordemos que estos jóvenes no han conocido a Franco ni de refilón. No se me ocurre más explicación que la de que los traumas de los viejos arraigan con facilidad en las nuevas filas porque nadie les explica a éstas qué es la democracia. Hay una falta de formación ciudadana, sencillamente.
Un vacío generado por los «tics» de otra generación, obsesionada con borrar el pasado, que impide a los estudiantes de hoy entender conceptos tan sencillos como que sin Policía no sería posible el Estado. Por eso gritan en las calles tonterías como «Nosotros somos el pueblo» y repudian el sistema de partidos o los ejércitos. He de confesar que cuando reclaman «todo el poder para las asambleas» o se ríen de las elecciones, se me ponen los vellos de punta y la imaginación se me va a los fascismos y a los soviets. Y he escrito este artículo como vindicación de la hermosa vocación militar de mi amigo.
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