Londres
Guerra en las calles de Bangkok
Los violentos choques entre manifestantes y militares hacen hablar por primera vez de guerra civil en Tailandia.
Al caer la noche, un grupo de perros vagabundos deambula a sus anchas por la «milla de oro» de Bangkok. Frente a lujosos escaparates y a hoteles de cinco estrellas se esparcen adoquines, botellas rotas y neumáticos ardiendo. El aire huele a basura pudriéndose bajo el sol tropical. La capital tailandesa resulta irreconocible dentro de la fortaleza construida con barricadas de bambú por los rebeldes. Se les bautizó como «camisetas rojas» cuando empezaron a manifestarse en medio a un ambiente festivo. Pero ya no lo son: ahora prefieren ropas más discretas para pasar inadvertidos frente a los soldados. El color de las protestas va cambiando poco a poco hacia el negro, el que visten las falanges pertrechadas con armas caseras, los «camisas negras», preparadas para resistir hasta el final. El Gobierno tailandés parece decidido a acabar con una ocupación que bloquea el centro de la ciudad desde hace dos meses. Su primer ministro, Abhisit Vejjajiva, reconoció anoche sin tapujos que se ha acabado el tiempo de las negociaciones y dejó claro que la única manera de devolver el orden es con la fuerza militar. La vía diplomática se quebró cuando varios líderes «rojos» se negaron a aceptar la convocatoria de elecciones anticipadas como solución. En su lugar, gana terreno la radicalización de las posturas de unos y otros; y algunos de los barrios más opulentos de la ciudad viven ya auténticas escenas de guerra. Durante todo el día se disputó un juego táctico, una toma de posiciones previa a lo que muchos consideran el combate final. Los soldados se parapetaron frente a las cuatro entradas principales de la «fortaleza roja» y trazaron un perímetro de seguridad. Con megáfonos anunciaban que dispararían a sangre fría a todo aquel que osase a atravesar la «tierra de nadie» que mediaba entre los dos bandos. En más de una ocasión cumplieron su amenaza. «No puedo entrar, estoy atrapado fuera. Han cortado los accesos», se quejaba al teléfono un portavoz de los rojos en conversación con LA RAZÓN minutos antes de que se cortasen las comunicaciones con móviles.Al otro lado de las trincheras, los rebeldes más decididos a combatir se reagrupaban frente a las barricadas e intentaban frenar el avance de los soldados. Algunos dispararon lanzacohetes artesanales con la esperanza de derribar un helicóptero. El resto (incluidas mujeres, niños y ancianos) mantenían la calma en el corazón del campamento, cocinando, poniendo música y asistiendo a arengas con las que levantar los ánimos y olvidar el cansancio. La multitud fue elevando el tono a medida que avanzaba la tarde, hora en la que el Gobierno exigió que los hoteles mandasen a otras zonas de la ciudad a los turistas y advirtió a los periodistas extranjeros de que si se quedaban en la «zona roja» quedaban abandonados a su suerte.Apoyados por helicópteros y francotiradores, los soldados consiguieron frenar la única táctica de guerrilla urbana capaz de hacerles daño: los ataques desde las azoteas con granadas y cócteles molotov. Según testigos presenciales, los soldados dispararon a la cabeza a varios rebeldes que caminaban por los tejados. El recuento oficial habla de 24 muertos en dos días de escaramuzas, pero manifestantes y testigos insisten en que hay más. Aunque es una realidad que todavía parece remota, empieza a hablarse por primera vez de «guerra civil». Es la expresión que más utilizan los rojos y es inquietante ante las escenas vividas ayer.
Sinawatra, el magnate rebelde- Thaksin Sinawatra, fundador de la primera operadora móvil del país, es el hombre más rico de Tailandia. Su imperio creció de forma meteórica. Dejó la Policía en 1987 para distribuir ordenadores. Poco a poco se hizo con el monopolio de las telecomunicaciones. Pero su salto a la política con el apoyo del campo (fue nombrado primer ministro en 2001) despertó muchos recelos y en septiembre de 2006 fue derrocado por el Ejército. Exiliado en Londres por cargos de corrupción, aseguran que financia la rebelión.
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