País Vasco

Rajoy hace del debate de los PGE una ofensiva contra los nacionalistas

Se acabó la geometría variable y con ella el calvario en cada votación parlamentaria. Zapatero ya tiene quién le quiera. Es un amor de conveniencia. Quizá por eso y quizá porque Elena Salgado y Mariano Rajoy no compiten en la misma liga de la oratoria, el líder de la oposición hizo del debate presupuestario de ayer una ofensiva contra los aliados del Gobierno, contra PNV y CC, contra quienes han permitido, con su apoyo a las cuentas públicas, alargar «el otoño de la decadencia». De nuevo las minorías nacionalistas marcan el paso de la política.

La bancada del Partido Popular aplaude a su líder, Mariano Rajoy, tras su intervención de ayer en el Congreso de los Diputados
La bancada del Partido Popular aplaude a su líder, Mariano Rajoy, tras su intervención de ayer en el Congreso de los Diputadoslarazon

Cuando en la lidia quienes se miden no son iguales es difícil que se encuentren en el pugilato. En realidad ni siquiera se puede hablar de disputa, ni de contienda… Así que Rajoy hablaba de política, de futuro, de paradojas, de cesiones, de lealtades y deslealtades y Salgado de cifras, porcentajes, crecimientos, previsiones, números y más números. La vicepresidenta no le puso ni pasión ni fuerza –sino más bien todo lo contrario- a la defensa de estas cuentas de la crisis, que no para salir de la crisis. Más bien desgana. Y la bancada socialista tampoco le ayudó en nada. Ni un aplauso de los suyos, salvo el obligado al término de su exposición de la mañana. Discurso de casi 60 minutos que, salvo para proclamar que «hemos dejado atrás año y medio de recesión» y que «ya están sentadas las bases de la recuperación», nada aportó de nuevo. Si acaso, que el Gobierno, si fuera necesario, «adoptaría sin vacilar» medidas adicionales para contener el déficit. ¿Se avecinan nuevos recortes? ¿La venda antes que la herida? A saber.

Por la tarde, ya con Mariano Rajoy en la tribuna, el debate dio para más. El del PP dedicó íntegramente sus primeras palabras a los dos partidos nacionalistas, a los que acusó de comportarse como si en el País Vasco y Canarias no hubiera desempleo y no se echase el cierre a las empresas. Y atizó, sin compasión a PNV y CC dónde más duele: «Apoyar estos presupuestos supone certificar la congelación de las pensiones contra la que ustedes protestaron en mayo y ahora secundan con su voto favorable», les dijo.

«No se entiende, ¿tanto han recibido a cambio?», se preguntó sobre el PNV para responderse acto seguido: «No lo sé porque los términos del acuerdo con los nacionalistas vascos son un misterio rodeado de sombras». Rajoy no se explica por qué las transferencias que se negaron antes al Gobierno de Patxi López se pactan ahora con el PNV a espaldas del lehendakari. Así que la carga de profundidad la dedicó contra Zapatero por traicionar a los socialistas en el País Vasco: «No deja de ser una paradoja que el lehendakari pueda esperar hoy mayor lealtad del PP que de su propio partido».

Tras atizar al PNV y poner en evidencia el trágala a Patxi López, se detuvo en CC, a quien reprochó que hubiera permitido el incumplimiento del Plan Canarias y que se hubiera conformado en la negociación con mucho menos de las inversiones comprometidas por el Gobierno hace ahora un año en Las Palmas. Por lo demás, el líder de la oposición rechazó los Presupuestos por ser una expresión numérica del «rotundo fracaso de una política económica» y porque traerán para 2011 «más paro, más deuda, menos políticas sociales y menos inversiones». Su diagnóstico, ya conocido, fue reiterado: «Estas cuentas ni son adecuadas, ni son sociales, ni son austeras, ni son fiables», pero lo más sangrante, a su juicio, «es el hachazo a quienes ya no tienen con qué defenderse», estos son los pensionistas.

Salgado no calló ante los reproches a los nacionalistas y llamó «torpe» a Rajoy por criticar los acuerdos con PNV y CC olvidándose de los que suscribió el PP en 1996 para que Aznar fuera investido presidente del Gobierno. Aquel pacto, afirmó, será siempre recordado por «el catalán en la intimidad» que habló Aznar y por la frase de Arzalluz con la que presumió haber obtenido del PP en 14 días mucho más que de Felipe González en 14 años. Es lo que tiene el pasado y la vigente ley electoral, que socialistas y populares siempre han cedido a los nacionalismos. Sólo una diferencia, que subrayó Rajoy: « Aquel fue un pacto de investidura, no de presupuestos. Fue público y transparente, usted ha podido leerlo, yo no, porque ustedes han engañado a la opinión pública».

Fue éste el de las cesiones de unos y otros a los nacionalistas el momento de mayor algarada en el hemiciclo, que dormitaba ya a media tarde. El revuelo empezó con la cita de Salgado a un libro en el que el senador vasco Iñaki Anasagasti desvelaba supuestamente pactos ocultos con el PP en 1996 para que la empresa Euskaltel se convirtiera en segundo operador de telefonía móvil en el País Vasco. Los murmullos de las bancadas populares y socialistas obligaron al presidente Bono a intervenir para pedir silencio y llamar a la mesura. La tarde se animó, la economía no mejoró y los nacionalistas recuperaban el protagonismo perdido.


Una gélida bancada socialista
Acostumbrado al sobresalto, la incertidumbre y la cuerda floja, Zapatero disfrutó de un día de tranquilidad en el Parlamento. No tanto porque él no participara en el debate de Presupuestos como porque contara para este partido, y quizá para otros venideros, con aliados. Se acabó la geometría variable y con ella el calvario en cada votación parlamentaria, lo que no quiere decir que la bancada socialista recupere el entusiasmo. Nada de eso. Fría, casi gélida se mostró ayer con la exposición de la vicepresidenta para explicar las cuentas de 2011. Ni son las del credo socialdemócrata ni están orgullosos de ellas. No regalaron más aplauso a la responsable económica durante la mañana que el final al que obliga la costumbre parlamentaria. Por la tarde, más animados con las alusiones de Salgado a los pactos de Aznar en 1996 con PNV y CiU. Pero, efusividad, cero. Todo lo contrario a la entrega de los populares con su jefe de filas.