Finlandia
Crisis de confianza
Hablo de la confianza mutua, de la lealtad, de la solidaridad, del compromiso que permite que veintisiete países puedan desarrollarse bajo un mismo techo jurídico. Dar dos pasos y retroceder uno es una forma de avanzar; lenta, pero sin retroceso. Éste parece que es el estilo de la Unión Europea. Es lo que se deduce de la historia de su construcción, jalonada de tensiones y no pocas crisis. Pero esa historia muestra que, frente a la acepción vulgar y negativa de la palabra crisis, ha prevalecido su sentido orteguiano: la crisis como transformación, cambio. Deseo que éste sea el caso de las dos grandes crisis que vive ahora la Unión. Ignoro cómo acabará la del euro, la peor desde que la actual Unión Europea echó a andar. Su intensidad ha oscurecido otra crisis, más puntual pero no menos relevante: la de la Europa de Schengen, es decir, la que afecta a la libre circulación de personas. Dos crisis graves que aquejan a dos pilares de la Unión, dos fórmulas de éxito que han traído calidad de vida a todos los europeos: la moneda única y la supresión de controles fronterizos.
Varios hechos recientes han afectado al núcleo de Schengen. Por una parte, la concesión de permisos de residencia por Italia a los miles de norteafricanos que han ido desembarcando en sus costas. Cuando un extracomunitario entra en Europa por una frontera exterior y el Estado, de entrada, le concede un permiso, puede ya recorrer toda Europa. Si alguien llama a la puerta de la casa europea y se le deja entrar, ya puede deambular por todo el continente-inmueble, por todos los estados-habitación. La entrada masiva de miles de norteafricanos provocó la reacción de Francia, que veía como pasaban a su territorio en un momento en el que el discurso antiinmigracion ganaba puestos entre el electorado galo. Intentó rechazarlos pero la demostración de fuerza gubernamental naufragó ante los tribunales. Al final, ambos países optaron por llevar su problema bilateral a la Unión y el reciente Consejo Extraordinario de Ministros de Interior acaba de acordar que se refuerce el control de las fronteras exteriores, revisar Schengen para hacer efectivos los controles frente la inmigración ilegal y fomentar la confianza en la eficacia del sistema comunitario de gestión de la migración.
Pero esta otra crisis ya no es tan puntual cuando se le añaden los recientes resultados electorales en Finlandia, con la victoria de los Verdaderos Finlandeses; o la decisión danesa de restablecer los controles fronterizos con Alemania y Suecia frente a delincuencia transfronteriza o el rechazo de los Países Bajos a los inmigrantes polacos que, no se olvide, son ciudadanos comunitarios. No creo que la Europa de Schengen esté ante una crisis semejante a la del euro; haberla la hay, pero no en el sentido de desastre, abandono o ruptura con una de las señas de identidad de la Unión. Apelando a esa otra noción orteguiana podría decirse que estamos más bien ante una corrección, ante un reajuste. El Tratado de Schengen lleva el peso del control fronterizo a los países con fronteras exteriores que, con lógica, reclaman solidaridad ante un problema difícil y costoso que no se arregla restableciendo fronteras internas, sino a base de solidaridad aplicando los controles que el Tratado de Schengen ya prevé.
Si algo ponen de relieve ambas crisis es lo que ocurre cuando se oscurecen los pilares que dan sentido a la Unión. Hablo de la confianza mutua, de la lealtad, de la solidaridad, del compromiso y del respeto a unas reglas que permiten que veintisiete países dispares puedan desarrollarse bajo un mismo techo jurídico. Más que del euro o de Schengen, la crisis es de esos principios que, si se deterioran, entonces sí que se tambalea todo el edificio; si no se respetan, el desastre es colectivo e invita, como en la cordada de alta montaña, a cortar la cuerda antes de que el que se precipita arrastre a los otros montañeros. Desentenderse del pacto de estabilidad hace al euro inviable y poco creíble; en nuestro caso, la noticia –más que la sospecha– de que las autonomías tienen un déficit oculto tal y como ha sido el caso catalán, nos hace un país poco fiable, que no controla sus cuentas o que las falsea tal y como ocurrió con Grecia. Lo mismo pasa con la Europa de Schengen: el control de las fronteras exteriores no es un problema de los países periféricos, afecta a todos, de ahí que la avalancha de estos meses –unos treinta mil norteafricanos– no sea un problema que se solvente dejando a Italia a su suerte, lo que lleva a que Francia se encierre en sí restableciendo las fronteras internas. Pero la solidaridad también brilla por su ausencia cuando un Estado sigue la política del «papel para todos».
Confianza, lealtad compromiso son los verdaderos pilares de la Unión. Tal vez estas dos crisis se solventen a base de nuevas cesiones de soberanía: un tutelaje en lo económico, en las cuentas públicas y una política común en materia de extranjería. Mejor esto que volver a dividir a Europa en espacios monetarios o de circulación; mejor esto que dar un paso y retroceder dos.
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