Industria de Moda
Souvenirs souvenirs por Lluís Fernández
Pasado mañana, una vez acabada la boda real del príncipe Guillermo y Katherine Middleton, los miles de souvenirs fabricados para conmemorar tan magno acontecimiento formarán parte de la pequeña historia de la vida cotidiana, mientras que los sobrantes serán triste carne de rebajas.
Lo mejor que puede pasarle a uno de estos «souvenirs» del «merchandising real», digamos la taza decorada con calcomanías de los príncipes, la galletera de porcelana o el plato profusamente decorados con oro y guirnaldas es que se llenen de polvo en los estantes de la cocina de un hogar de clase media. Sin embargo, el tiempo que lo dignifica todo, hará de los objetos más chirriantes piezas de coleccionismo pop más deseado por los frikis y los fans de rarezas. Guillermo es hijo de Lady Di, uno de los iconos más celebrados del pop británico, y una boda real es un hito que marca con sus imágenes los álbumes de historia por décadas.
Los ingleses tienen una especial gracia para fabricar recuerdos reales, generalmente de un mal gusto que sobrepasa el «superkitsch» y alcanza cotas de delirio pop insuperables. En este campo del diseño más caspa cabe desde una vajilla fabricada por la Royal Collection, con los príncipes pintados a mano y valorada en miles de libras, hasta un set de uñas de porcelana con la imagen oficial de Guillermo y Kate abrazados y sonrientes, realizada por el fotógrafo peruano Mario Testino. Con esa misma imagen oficial, existen fundas de dientes, marcos de corazones «I Love London», y el tope para los forofos: un cedé con la música de la boda.
Sin duda, de toda esta parafernalia nupcial, los objetos pop por antonomasia son las divertidas bolsas de té con las efigies de los príncipes con los brazos extendidos, que cuando los sumerges en la taza parece que están dándose un baño. Le sigue la muñeca de porcelana de la futura princesa con el traje azul que lució el día de la pedida, pero es mucho más chungui-cool la mini Catherine, tipo Barbie, que lleva de complementos zapatos y bolso dorados y un tocado púrpura con velocidad. Para completar una elegante vitrina High-Class, la pièce de résistance es la réplica del anillo de compromiso que perteneció a Lady Di. Se vende en dos versiones: una cutre baratija de cuatro euros y otra de lujo caro por 1.700 libras. La piedra no es un zafiro auténtico ni los diamantes tienen visos cegadores, pero para las clones de Kate, que visten su traje azul de pedida –de la diseñadora brasileña Daniela Hekayhel– y lucen el anillo con orgullo.
El souvenir más extravagante es, sin duda, el retrato realizado con jamón, carne y verduras que ha ideado la cadena Pubs Crown Carveries. El traje de Kate está hecho con rodajas de zanahoria y sus caras con rosbif de lomo de cerdo. Los devotos acompañarán el bocado con una cerveza «Kiss Me Kate», de la cervecera Castle Rock, y los que gustan de llegar hasta el límite regalarán los elegantes preservativos, en azul y dorado, «Crown Jewels Condom of Distinction». Pero es en las tiendas de Oxford Circus y Convent Garden, atiborrados de mercadotecnia nupcial, donde se encuentran los mejores y más inenarrables recuerdos del enlace: la nueva muñeca de Lady Di vestida con un tailleur de Chanel azul cielo, que sostiene en una mano el Kelly de Hermés y en la otra el ramo de boda; tangas con los nombres de los contrayentes, los absolutamente geniales dispensadores de caramelos Pez, y un móvil conmemorativo de la boda fabricado por Carphone. Pero el colmo del glamour royal es el kit de supervivencia: tienda de campaña, saco de dormir, sillas y mesa. Y por último, el manual «Knit Your Own Royal Weeding», para tejer los muñecos de la familia real al completo cuando la boda del siglo sea ya un eco lejano.
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