Valencia
Campanar se resigna a la despedida
Muchos llevan décadas viviendo a la sombra del hospital de referencia en la Comunitat. El futuro les depara un nuevo escenario.
En 1971 nacen Greenpeace y Pep Guardiola, Neruda recibe el Nobel de Literatura y Clint Eastwood protagoniza «Harry el sucio» mientras Serrat le canta a su Mediterráneo. Y en Valencia se inaugura la última fase del Hospital La Fe en el barrio de Campanar, entonces poco más que un solar con aspiraciones. Cuarenta años después, sus 6.000 empleados hacen las maletas para iniciar una nueva etapa en Malilla. Atrás dejan no sólo miles de anécdotas y algún que otro amigo -unos 300 trabajadores se quedan en la unidad de Psiquiatría y en la de Crónicos que se mantiene- sino también a los que se ganan el sustento gracias al hospital más allá de sus muros.
Angel Sauquillo es uno de ellos. Regenta el histórico bar «Madrid» desde hace veinte años. Dos décadas durante las que ha servido «menús caseros y tapas variadas» a empleados, pacientes y visitas del centro hospitalario. Clientela asegurada, que es la que interesa y da dinero. Se le nota disgustado ante el inminente traslado del hospital al barrio de Malilla, a siete kilómetros al sur de la ciudad. Distancia más que suficiente para perder todo por lo que ha luchado.
En el peor momento
Ahora, con previsiones de un cincuenta por ciento menos de clientela, se ve obligado a despedir a la mitad de la plantilla. Cuatro nuevos parados. «Con ese volumen de trabajo, esos sueldos no se sostienen», justifica su decisión.
Cuando se anunció el cierre de las instalaciones de Campanar, trató de buscar una solución, y la primera que le vino a la cabeza fue la de trasladarse. No le dieron opción. Trató de comprar un local en el moderno hospital, pero «se lo han quedado todo los grandes». La alternativa era un espacio en los alrededores, «pero no hay edificios, allí no hay barrio».
Así que ahora, resignado, aguarda expectante lo que le deparan los próximos meses. «Habrá que aguantar, pero los bares de la zona se van a hacer puñetas», vaticina antes de recordar que el cambio se produce además, «en el peor de los momentos», en el apogeo de una crisis económica que merma día a día la caja del pequeño comercio.
Unos metros más allá de donde Angel sirve cafés, se encuentra el horno Cifre Solaz, que se anuncia como los «Artesanos de pan y dulces desde 1897» y que desde primera hora de la mañana evidencia el ajetreo de la zona. «¿Que si nos afectará el traslado», repite la pregunta su dueña Olga Cifre. «Pues no del todo, pero claro que lo notaremos». Ellos también viven en gran parte gracias a la proximidad con el hospital, de donde vienen muchos de sus clientes. Clientela, por otra parte, desinformada. «La mayoría de los trabajadores no tiene ni idea de cuándo se tienen que ir». Mientras esperan noticias, mantienen el ritmo de trabajo.
Pero lo que para algunos es una desgracia, para otros puede resultar una bendición. Es el caso de la Farmacia Campanar, desde donde Pedro augura tiempos aún mejores. Y es que la marcha del hospital lleva aparejada la llegada progresiva del centro de especialidades de la calle Alboraya, y son este tipo de unidades las que recetan, que al fin y al cabo es de lo que vive una botica. Similar esperanza que la que alberga María Mínguez, cuya ortopedia se halla en proceso de reforma ante el nuevo escenario.
Para bien o para mal, lo cierto es que Campanar ya no será el mismo sin La Fe. Huérfano de hospital, el barrio encara el reto de sobrevivir.
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