Murcia
El valor del ocio por Pedro Alberto Cruz Sánchez
En unas declaraciones realizadas horas antes de recibir el premio Príncipe de Asturias a las Ciencias Sociales, Martha Nussbaum ha afirmado que la clave del progreso está en el ocio y en los valores. Esta aseveración resulta cuanto menos sorprendente –por milagrosa- en un momento en el que la severidad de los tiempos ha determinado que la cultura y, por inclusión, el ocio constituyen elementos prescindibles o, en el escenario menos lesivo, susceptibles de ser reducidos a su mínima expresión. Para Nussbaum, el ocio resulta de extrema importancia para el crecimiento intelectual y humano, de suerte que, lejos de suponer un perfil de experiencia clasificable dentro del marco de las frivolidades, conforma un bagaje emocional imprescindible para el desarrollo cognitivo del individuo.
El problema, empero, es que esta premisa defendida por Nussbaum resulta inobjetable en la medida en que demos por supuesto la tesis fundamental de partida: la comprensión del crecimiento intelectual como un valor de peso dentro del actual marco de prioridades. Y, claro está, llegados a este punto, el alegato se cae con la rapidez y naturalidad de un castillo de naipes. Vivimos en una sociedad en la que todo lo relativo al conocimiento o es ninguneado o –lo que es peor todavía- estorba. A nadie le importa que el individuo experimente un mayor o menor desarrollo intelectual. Entendemos la evolución y la recuperación desde un punto de vista demasiado estrecho, que reduce todas las variables de la existencia a un pragmatismo tan demoledor como falso. Pero es más: si, incluso, llegáramos a la torpe y equivocada conclusión de que todo es o ha de ser economía, aún así el rechazo del ocio como prioridad social no tendría razón de ser alguna, en la medida en que pocos sectores están funcionando con tanta inmunidad a los efectos de la crisis como el del ocio. No es que no existan las dificultades –que por supuesto; lo que sucede es que, entre la caída generalizada de expectativas que hunde a la práctica totalidad de las regiones de productividad en la desesperanza más absoluta, la del ocio está confirmándose como una economía más resistente y con enormes posibilidades de presente. La ciudadanía necesita el olvido circunstancial de sus numerosos problemas; y ahora más que nunca la «industria de la evasión» se ofrece como una terapia colectiva sin parangón.
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