Los Ángeles

Warren Beatty: de vocación amante

El actor, de esquelética trayectoria en el cine, dedicó mayores esfuerzos a la obsesiva tarea de censar amantes

El actor, con Faye Dunaway, en la película «Bonnie and Clyde» (1967)
El actor, con Faye Dunaway, en la película «Bonnie and Clyde» (1967)larazon

Si hubo una estrella que dedicó más tiempo y empeño a amar a las mujeres que al cine esa fue Warren Beatty. De esquelética filmografía, como actor tuvo su momento de gloria con «Esplendor en la hierba» (1961) como enésima reencarnación de James Dean, y su consagración con «Bonnie & Clyde» (1967), filme que inaugura el «movie brat» del Nuevo Hollywood.

Beatty, educado por Stella Adler, fue un actor del «método pitañoso», por las veces que entorna los ojos y mira, parpadeante, como un miope con legañas. Por esos ojitos coquetuelos triunfó y llegó a ser uno de los peores actores de Hollywood, aunque su récord histórico es haber producido la peor película de la historia del cine, «Ishtar» (1987), con permiso de Ed Wood.

Pero su logro mayor fue su prodigalidad con las mujeres que pudo amar. Desde Natalie Wood, la primera, a la oscarizada y bellísima Julie Christie, su gran amor, con quien mantuvo una relación más larga de lo usual, del 1971 a 1975. La conoció en 1965 y la persiguió hasta enamorarla en su famosa suite del hotel Beverly Wilshire de Los Ángeles.

Julie Christie era una progre que apenas daba importancia al boato hollywoodiense y todavía menos a los fastos del estrellato. Su relación no le impidió seguir flirteando con cualquiera. Cuenta el periodista Peter Biskind que el fuerte de Warren era el teléfono: «Rara vez se identificaba, hablaba con voz suave, un susurro, adulaba a su interlocutora dando por supuesta la intimidad; sus titubeos y su torpeza eran increíblemente seductores». Lo suyo fue una vocación obsesiva: conquistar mujeres y estrellas, a ser posible famosas y con Oscar, y censar la miríada de amores con la codiciosa pasión del contable. ¡El amor al instante!

Madonna, que mantuvo una relación con el actor sin tener ningún orgasmo, sospechaba que era bisexual, lo que abonaría la controvertida tesis del afeminamiento del Don Juan del doctor Marañón. Sin embargo, su caso es el del coleccionista que analiza Freud: el obsesivo compulsivo que sustituye por objetos las conquistas sexuales imaginarias. Las de Freud, porque las de Warren Beatty era bien reales, por lo que sería el perfecto coleccionista de lo efímero. Sea como fuere, el hermano de Shirley MacLaine ha dedicado su vida a seducir mujeres, consiguiendo un currículum sexual de categoría. Un profesional del sexo que seduce con su voz acariciante, efluvios de androsterona y el parpadeo de sus ojos verdes, que parece emitir señales amorosas en código Morse. Hasta que se casó con Annette Bening, Biskind cifra sus conquistas en 12.775 mujeres, «sin incluir polvos rápidos, felaciones motorizadas, camas redondas ocasionales y besos robados».


Droga dura
Beatty fue un apasionado coleccionista de orgasmos en la época dorada de la revolución sexual y, como macho seductor, abandonó el coto hedonista justo cuando la hipocresía de lo políticamente correcto decretaba que la obsesión sexual era una enfermedad tan adictiva como la droga dura. Desde la perspectiva femenina, este «salido» no sería más que el objeto del deseo de multitud de mujeres, encantadas de hacer de aquel bello y resistente semental su mejor y más valiosa conquista. Siendo agarrados, Warren fue seducido por Jane Fonda, Leslie Caron, Dianne Keaton, BB, Faye Dunaway, Vivien Leigh, Cher, Barbra Streisand, Raquel Welch y Halle Berry. Joan Collins, a la pregunta de si Warren lo hacía siete veces seguidas, contestó en plan «british»: «Puede que sea él quien lo haga, yo me limito a estar tumbada».