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Ausencias sin perro
En el momento en el que un hombre decide ausentarse regularmente de casa y regresar por la noche a deshora sin haber dado explicaciones ni avisado de su paradero, al principio los suyos se preocupan por si le ha ocurrido algo malo y en el momento de mayor angustia contactan con la comisaría de Policía o telefonean con angustia a los hospitales. Yo me metí en ese ritmo de vida al poco de estrenarme como periodista y desistí de él en contadas ocasiones. Los míos vivieron en esa incertidumbre por mi culpa, pero se acostumbraron a leer el periódico para saber de mí, de modo que ni la Policía ni los hospitales recibieron a deshora llamadas por ese motivo. Al cabo de cierto tiempo, la gente que te espera acaba por acostumbrarse a tu ausencia y casi se olvida de ti, de modo que en mi caso llegó un momento en el que pensé que a los míos sólo les produciría angustia la idea de que volviese a casa. La verdad es que al margen de los disgustos, siempre me recibieron con cierto alivio, aunque a mí se me metiese en la cabeza que mi reaparición sólo habría servido para estropear sus planes. Suponía que mis hijos se enfadarían a menudo con su madre y le reprocharían que mi inesperado retorno echase a perder sus pretensiones de meter en casa a un perro que viviese confortablemente de aprovechar las sobras de mi comida. También supuse que mis hijos habrían deseado mi regreso con más entusiasmo si al menos en mi ausencia, además de seguir escribiendo, hubiese aprendido a ladrar. Pero no todo fueron dudas y tormentos. También pensé que probablemente los míos en el fondo se alegraban de compartir sus vidas con un tipo desordenado y errático al que le ocurrían cosas interesantes que no les sucedían a los otros hombres del vecindario. La verdad es que nunca conocí sus pensamientos al respecto. Me faltaba confianza con ellos. Tantas ausencias me habían convertido en un extraño, así que en el momento del almuerzo dejaban de masticar y miraban en silencio, con precavida devoción, a aquel tipo silencioso y trasnochado que acababa de volver a casa despeinado por una pelea y molido por el cansancio; un fulano como en sueños al que le costaba disimular la sensación de estar robando la que comía. Después me ausentaba y de nuevo tardaba demasiado en regresar. No estoy orgulloso de aquello, pero me felicito porque si bien es probable que los míos no me hayan echado de menos por marchar, también lo es que jamás me denunciaron por volver.
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