Murcia
OPINIÓN: Diálogos
Vivimos en la sociedad del diálogo: por doquier surgen iniciativas que pretenden fomentar el diálogo entre diversos sectores de la sociedad que, por las razones que fueran, o se han dado la espalda o han mantenido posiciones conflictivas durante un periodo prolongado. Pareciera como si quien no introdujera en su discurso el término «diálogo» no tiene legitimidad para emprender ningún tipo de acción mínimamente creíble. Hasta ahí está todo bien. El problema es cómo se concibe, en la praxis, en la realidad de los hechos, el referido diálogo. Y, para decepción de los defensores de la radicalización de una ética de la intersubjetividad, hemos de decir que, en la mayoría de las ocasiones, el diálogo con el otro suele adquirir la forma de un ensimismamiento casi patológica, que condena a ver la otra parte en términos absolutamente solipsistas e impositivos.
El movimiento feminista ya demostró que un arte que verdaderamente reinivindicara el sujeto femenino no podía aquél que se limitaba a representar temas o problemáticas relacionadas con la mujer a lo largo de la historia. No: el auténtico paso adelante venía como consecuencia de que la mujer tuviera la capacidad de autorrepresentarse, de decidir sus propios modelos y discursos, y, por tanto, de esgrimir una voz insobornable, con potencia suficiente como para oponerse en igualdad de condiciones a las representaciones masculinas tan extendidas entre el imaginario colectivo. Pues bien, esta misma situación se presenta cuando, en la actualidad, la sociedad occidental pretende entablar vías de diálogo con otras regiones y culturas del mundo, con las cuales mantiene históricamente una relación brutalmente disimétrica. En no pocas ocasiones, se incurre el error de convertir el diálogo en una excusa para tratar al otro como un objeto de reflexión sin más, con enorme visibilidad –al menos, durante una coyuntura muy específica-, pero sin ninguna voz real. Cuando ocurre esto, nos encontramos ante la reedición de un discurso absolutamente onanista que, en rigor, sólo pretende reforzar la posición de autoridad de una de las partes, reduciendo la otra a un mero objeto de transacción comercial. Hay mucho «diálogo» en la actualidad, demasiadas políticas que se apoyan en este «comodín social» para acallar sus conciencias. Pero, para ser honestos, existe muy poca «ética del diálogo»; y esto es intolerable.
Pedro Alberto CRUZ. Consejero de Cultura y Turismo
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