Crisis económica
Concurso de recetas
Los mercados financieros internacionales vivieron ayer otra jornada de agitación e incertidumbre con caídas generalizadas. Pese al efecto sedante que tuvo el anuncio de que el Banco Central Europeo comprará deuda española e italiana, lo que situó nuestra prima de riesgo por debajo de los 300 puntos, la tormenta desatada en Estados Unidos por las agencias de calificación golpeó a Wall Street y arrastró al resto de las bolsas mundiales. La comparecencia ante la Prensa de Barack Obama fue muy elocuente de los problemas de credibilidad entre los inversores que padece la política fiscal del país. No está claro que el presidente norteamericano haya logrado con su mensaje de optimismo relajar las tensiones y todo apunta a que en los próximos días asistiremos a nuevos sobresaltos. Tampoco España está a salvo, por más que la vicepresidenta Salgado haya tratado de infundir confianza a los inversores con el anuncio de una serie de decisiones muy heterogéneas para recaudar unos 5.000 millones adicionales y cumplir así el objetivo de déficit del 6% en este año. Pendientes de ser aprobadas en un próximo Consejo de Ministros, estas medidas van desde un recorte del gasto farmacéutico, más voluntarista que viable, hasta una flexibilización del contrato a tiempo parcial, pasando por acelerar la entrada en vigor de las normas de control del déficit autonómico. Pero la más sorprendente ha sido otra: las grandes empresas deberán adelantar a cuenta el pago del impuesto de sociedades, capítulo por el que Salgado espera disponer de 2.500 millones. Como es natural, la CEOE ya ha manifestado su oposición a lo que considera una arbitrariedad, pues a las empresas les merma aún más su liquidez y capacidad de financiación. Además, adelantar el pago del tributo es pan para hoy y hambre para un mañana que seguramente no tendrá que gestionar el Gobierno socialista, sino uno del PP, lo que viene a engrosar esa pesada herencia que recibirá Rajoy a partir de noviembre. Lamentablemente, las nuevas medidas de Salgado siguen la estela de la improvisación y la ocurrencia que ha marcado la política económica desde mayo del pasado año. Todas las reformas, recortes y restructuraciones se han hecho a regañadientes, sin verdadera convicción, a remolque de las exigencias europeas y con limitada credibilidad. Lo que se llama vulgarmente ir trampeando la situación. En este contexto, la propuesta realizada ayer por un Rubalcaba hiperactivo para que empresarios y trabajadores firmen un pacto por la moderación tanto de los salarios como de los beneficios ha caído como un meteorito. Desde luego, parece extraterrestre que, en plena tormenta financiera internacional, el candidato del PSOE se despache con una iniciativa de diálogo social que como vicepresidente del Gobierno ni impulsó ni le pareció relevante. Por el contrario, aprobó una reforma laboral insuficiente e ineficaz que no ha contentado a nadie, no ha estimulado la creación de empleo y no ha incrementado la competitividad de la economía española. No es nada tranquilizador que desde el Gobierno y desde Ferraz compitan por dar nuevas recetas económicas como si se tratara de un concurso de ocurrencias.
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